16 de diciembre de 2005

EL JUEGO DE LAS LAGRIMAS

¡Se nos viene encima diciembre! De hecho, ya estamos inmersos en la vorágine del último mes del año, que nos depara todo tipo de situaciones de diversa índole, derivadas de los festejos navideños y del esfuerzo que mucha gente hace por mantener las apariencias y cuidar las formas en la Noche del 24, en la tradicional reunión familiar, no vaya a ser cosa que, exacerbado por el alcohol, en un rapto de honestidad brutal a alguno se le escape un “entripado” y genere una disputa no prevista que termine con la parentela cagándose a botellazos mientras los fuegos artificiales surcan el aire. Pero pongámonos serios. A menudo, nuestra vida se parece bastante a un racimo de senderos que, llegado un punto, se bifurcan, pero que no van a ninguna parte. Antes de que el lector se horrorice, le confieso que me da vergüenza haber perpetrado una frase tan cursi como la anterior, sobre todo mientras el cursor del procesador de textos, titila, desafiante, invitándome a borrar la pelotudez que he escrito segundos antes, pero en este momento de mi vida los hechos me demuestran que es así. Como ser medianamente sociable que soy, comparto lo que me sucede con otras personas, tratando de no agobiar a mi interlocutor. Cada día me convenzo más de que la apatía y el no saber qué estamos haciendo de nuestras vidas es un común denominador. Nadie conoce bien el sentido de la vida, y -en realidad- estamos demasiado ocupados intentando remarla día a día como para hacernos planteos metafísicos. El que tiene un trabajo (en negro, en blanco, o en gris), se aferra a las migajas conseguida tras varios años de laboriosa lucha y hace lo imposible por mantenerlas, a expensas del jefe que te putea y/o forrea impunemente abusándose de su posición jerárquica. El que no tiene trabajo, lucha por conseguirlo, obviamente, y ello hace que mire la vida desde un costado. Siente que se le va el tren, y que no llega a alcanzarlo. El nivel de agresividad, de locura, de intolerancia que hay en la calle puede atribuirse a diversos factores.

 Cuando cruzamos de calle para no saludar al vecino al que antes saludábamos con bastante cortesía, cuando esquivamos la mirada pretextando que estamos apurados, estamos evidenciando nuestra incapacidad para abstraernos de lo que nos agobia y detenernos a pensar en lo que realmente tiene valor. En lo perdurable, en lo que va más allá de un mero deleite de los sentidos. Basta detenerse unos instantes a observar los gestos serios y adustos de los ocasionales transeúntes. Esto es síntoma de una sociedad en la cual lo que nos divide es la pertenencia a tal o cual partido político, nuestra afición a tal o cual club de fútbol, y la lista sigue... Este cuadro de situación nos hace vivir cada vez más alienados, cada vez más encerrados en los círculos íntimos (familia, amigos, un puñado de buenos conocidos y malos por conocer). 

La idea de las autopistas que se cruzan entre sí no es casual. Es cierto que podría haber escogido una imagen mejor para introducir este texto, o más referencial, pero es una imagen que me parece válida. Esos caminos, que no sabemos si nos llevarán a un destino cierto, son los que  seguimos recorriendo para darle un sentido a nuestro presente. 

Hay, además, un deseo de trascender, de que alguien nos recuerde, de no ser dos números entre dos paréntesis, como en las enciclopedias. "Fulano de Tal, (1945-1982). Director de cine sueco". Siempre me pareció muy loco que la vida de una persona quedara reducida (con suerte), a dos paréntesis. 

 Pero tal vez lo extraño de todos esos senderos es que, consiguiendo como orientarnos hacia cualquiera de ellos, ya podemos tener vía libre para indagar en los otros.

Dame aunque sea una mísera señal!

  Martes por la noche en la ciudad. La verdad es que no estaba del todo convencido acerca de escribir algo hoy. Pero si voy a esperar a deja...