29 de abril de 2013

Estamos igual que ayer

Cuando te encontrás con alguien en la calle y te dice: "¡Estás igual!", nunca sabés si se refiere a que seguís siendo el mismo pelotudo de siempre o a que tu aspecto físico se mantiene en buena forma. Mirando viejas fotos, creo que el paso del tiempo no me ha pasado por encima como yo pensaba que iba a ocurrir. Pero, claro está, aunque por fuera nuestro rostro y nuestras facciones permanezcan como en los albores de la juventud, hay todo un proceso interno que no se ve y que sería complicado de desarrollar. Vamos cambiando cuando nos damos cuenta de que equivocamos el rumbo, por ejemplo. O cuando aquel proyecto soñado terminó frustrándose por factores propios o externos. Entonces, nuestra forma de pensar va cambiando aunque por fuera sigamos igual. Aprendemos a no ser tan ingenuos, a desconfiar, a no creer en todo lo que nos dicen los aduladores. Por un lado, ese aprendizaje es doloroso, porque a todos nos gustaría conservar la ingenuidad de la infancia. Y los niños de hoy crecen pensando como adultos, porque el mundo que supimos conocer no es el mismo que les toca afrontar a ellos. Esto ha sucedido (y seguirá ocurriendo) en todas las generaciones: los juegos infantiles van cambiando, la plaza del barrio ha dejado el lugar donde se convocaban todos los chicos del vecindario y la mayoría se quedan encerrados viendo televisión o los de familias más pudientes jugando a la Playstation. No sé si está mal que eso suceda, porque aquello que hoy es objeto de debate entre pedagogos y educadores, mañana será tan sólo un recuerdo. Supongo que  muchas veces los padres no pueden hacer frente a las demandas de sus hijos: quisieran darle la mejor educación, asegurarles un buen porvenir, pero como dice Serrat en su célebre canción, "nada ni nadie puede impedir que sufran". Sólo cuando ese chico o adolescente se enfrenta a una realidad que dista de sus sueños y de sus ilusiones, sobreviene la frustración, que los padres no pueden remediar porque ellas son parte del mundo real. Si los adultos a veces tenemos que lidiar con personas que nos  mienten descaradamente, o con una situación económica que nos agobia, imaginemos cómo reacciona un chico ante esas circunstancias, cuando intenta hacer pie en el teatro de la vida. 

Hasta ahora no me imagino formando una familia propia ni teniendo hijos, creo que hay que asumir la responsabilidad que ello implica, e intentar darles lo mejor en una sociedad que no es la misma en la cual me crié yo, sin celulares, tablets, Netflix... solamente jugando al fútbol y a la bolita en aquellas tardes de la escuela primaria. Pero mejor dejo la nostalgia de lado y quizás ustedes saquen sus propias conclusiones. Punto final. 

22 de abril de 2013

La televisión que se vuelve un bumerang peligroso

Con el tiempo fui cambiando mis hábitos, mis gustos, mi manera de pensar. Lo noto bastante cuando veo televisión. Ya hace tiempo que no frecuento las series de los canales Sony y Warner,  por ejemplo. El formato de la "sitcom" americana me parece que está agotado, de hecho creo que los últimos productos decentes que vi fueron "Friends" y "Seinfeld", y estamos hablando de series que dejaron de grabarse hace más de 15 años. Uno busca naturalmente historias con las cuales pueda sentirse identificado, quizás por eso en la TV el género ficción tiene tantos vericuetos para concebir un producto exitoso. La modo de vivir de los yanquis es muy diferente al nuestro, y es por ello que en las series que provienen de EE. UU. hay cosas que no nos terminan de cerrar, porque son totalmente ajenas a nuestra realidad. Latinoamérica misma es tan diversa que muchas veces no entendemos el humor mexicano o chileno, por citar dos casos. Quienes alguna vez buceamos en el cable los canales internacionales, nos encontramos con distintas maneras de pensar la televisión. Una de las cosas que siempre admiré han sido los noticieros de otros países. No son sensacionalistas, los conductores no dicen boludeces al aire o subestiman al espectador buscando su complicidad. Simplemente, cumplen con la función para la cual existen, que es la de informar, difundir noticias, sin añadir comentarios o apreciaciones personales. El Telediario de la Televisión Española (TVE), es uno de los mejores ejemplos de lo que acabo de exponer. Los hechos son presentados tal como ocurrieron, sin adjetivos desmesurados, sin "exclusivas", "primicias", ni "último momento". Las noticias van pasando con el correr de los minutos, y punto. No hay demasiado que agregar más que lo necesario para ir de un tema a otro. No hay periodistas especializados en noticias policiales como aquí, y no es precisamente porque en Europa no haya delitos. Es otra forma de entender el periodismo, sin convertir a la noticia en un show. Qué lejos estamos de hacer un noticiero de calidad, y (lo que es peor) sólo hace falta un poco de sentido común para concretarlo.

17 de abril de 2013

Saliendo de la madriguera

Luego de algunos días de "impasse artístico", como diría un amigo, aquí estoy de nuevo con el blog. Finalmente ganó Nicolás Maduro en Venezuela, por muy escaso margen, y como allá no hay ballotage o segunda vuelta, la sociedad está totalmente dividida. No recuerdo las cifras en este momento, pero si hay un punto de diferencia entre los votos de Maduro y los que cosechó Capriles es mucho decir. Al día siguiente de proclamar ganador al ex canciller de Chávez, los opositores convocaron a manifestarse en las calles de Caracas. Hubo muertos, hubo confusión, desconcierto. Me hace acordar un poco al desastre que ocurrió acá luego de la muerte de Perón, cuando la Argentina era tierra de nadie y daba la impresión de que lo tan temido, el Golpe de Estado, era sólo una cuestión de tiempo. No estoy diciendo que vayan a derrocar a Maduro, me refiero a ese clima enrarecido que se palpa y se respira en la calle cuando la gente comienza a hartarse de ciertas cosas y un grupo de miserables aprovecha la ocasión para sus oscuros propósitos. 

Mañana habrá un nuevo cacerolazo en Argentina, y da la sensación de que ese hartazgo por la falta de respuestas de parte del Gobierno hace que la gente busque la manera de expresarse. Por supuesto, aquí todo puede suceder, y no sería extraño que el oficialismo gane ampliamente las próximas elecciones, no por méritos propios, sino por ineptitud ajena. No hay nada previsible en este lado del mundo, porque vivimos en el reino de la improvisación. Las leyes que se sancionan, como la reforma judicial que se pretende implementar, no son ni más ni menos que fruto de la improvisación. Los resultados de un grupo de "iluminados" que envió el proyecto al Congreso serán mucho más difíciles de asimilar y traerán consecuencias que todavía no podemos comprender en toda su dimensión. Antes los periodistas cuestionaban a los políticos, ahora los periodistas se critican entre si, desde canales oficialistas hacia el Grupo Clarín y viceversa. ¿Cuándo nos daremos cuenta de que así no vamos a ningún lado? Punto final. 

12 de abril de 2013

De nuevo en contacto!

Viernes por la tarde en la ciudad. Es llamativo cómo ya casi nadie habla en los medios de los estragos que provocaron las inundaciones. Claro, como bajó el agua y ya todos nos sentimos reconfortados con ese baño colectivo de solidaridad, el tema ya no le interesa a nadie. Por supuesto, nada garantiza que la catástrofe no se repita en los meses sucesivos. Los medios (oficialistas o no) instalan un tema y machacan con eso hasta el hartazgo, y desaparece como si nada hubiera sucedido cuando surge otro hecho que genera más morbo o rating. En un año electoral, hasta la Presidenta se puso las botas de goma para estar cerca del "pueblo", los muchachos de La Cámpora salieron de sus aposentos para repartir donaciones, y las miserias de la política quedaron al desnudo. Los argentinos estamos acostumbrados a estos golpes de efecto. Sin embargo, con respecto a la Presidenta, debemos ser honestos: si no hubiera ido, la hubieran criticado ferozmente. Y por haber ido, también recibió reproches. Tampoco sabemos bien qué esperar de nuestros dirigentes, me da esa sensación. Y por un momento me detengo a pensar en lo que está sucediendo en Venezuela, donde la campaña política es un mamarracho. Nicolás Maduro, que de maduro no tiene nada, aseguró que "el espíritu de Chávez" habló con él y como prueba de ello se puso un sombrero con un pájaro en la cabeza. El candidato opositor, Henrique Capriles, reparte gorritas con los colores de Venezuela al final de cada acto. Si tuviera que elegir, me gustaría que ganara Capriles, porque me tomé el trabajo de escuchar las entrevistas que le hicieron y parece un poco más centrado que la horda chavista. La cosa es que Maradona embolsó unos buenos billetes por estar en el cierre de campaña de Maduro, y ni se molestó en tomarse un avión a Buenos Aires para conocer a su hijo. Qué fácil hacen la plata algunos, ¿verdad? Con ser siempre oficialista, hacer "jueguito" con la pelota, y saludar a la multitud en Caracas, el ex número 10 de la Selección se llevó unos cuantos petrodólares.

 Mientras tanto, en este rincón del mundo, seguimos esperando que alguien nos explique por qué la oposición es incapaz de hacer algo para romper la hegemonía kirchnerista. Ya llevamos 10 años y en todo este tiempo han fracasado en las urnas de una manera categórica. Yo no estoy a favor de este Gobierno, pero tampoco pienso regalar mi voto a cualquier miembro de la oposición que no plantee seriamente un cambio. De lo contrario, seguiremos como estamos, hasta que algún "iluminado" con un poco de carisma y sentido común nos rescate de esta ciénaga. Punto final. 

Disco recomendado del día: Macy Gray, "Talking book" (2012, Random Records)

9 de abril de 2013

Todos quieren tener "lo último"

Hay gente que tiene demasiado apego por los objetos, tal es el caso de los coleccionistas. Yo aprendí que, si bien las posesiones materiales nos brindan satisfacción, nada de ello tiene verdadero valor si no podés superar determinadas situaciones. Quizás por eso nunca me gustó acumular nada al pedo, aunque me gustan los discos y los libros. Internet es el mundo de lo intangible: ya casi nada de lo que conocimos en la cultura popular permanece en formato físico: los discos se bajan por la Web, del mismo modo que los libros, ya sea de manera ilegal o no. Pienso que me tocó vivir en una época en que los cambios se producen más aceleradamente que hace décadas atrás. Todos, en mayor o menor medida, debemos consumir (es decir, gastar dinero) para sobrevivir. Pero no me gusta esa fascinación por lo nuevo, por el último modelo de celular, o por el chiche tecnológico más reciente. Creo que aún teniendo todo el dinero disponible para comprar lo más novedoso y atractivo, no haría uso de esa posibilidad. No me interesa para nada estar todo el tiempo conectado a Internet mediante un teléfono, tampoco me gustan las pantallas táctiles o todas las boludeces que las empresas promocionan. Hoy por hoy es imposible pensar en una sociedad "anticonsumo", pero sí podemos advertir entre quienes nos rodean a las personas que hacen un uso racional del dinero, que no se endeudan inútilmente, que lo saben administrar, y que prefieren disfrutar de un asado con vino los domingos al mediodía antes de empeñarse a tres años para comprar un auto cero kilómetro. Todo envejece rápidamente, y lo que hoy es considerado el máximo adelanto de la tecnología pasará al olvido en un par de años. A su vez, los objetos tienen una vida útil, que está determinada por el uso que les damos y por el desgaste propio de los materiales en que están fabricados. Cuando un artefacto deja de funcionar, es  momento de reemplazarlo, no antes. Yo tengo el mismo celular desde hace un año y no tengo la menor intención en cambiarlo, porque es todo más de lo mismo, correr detrás de lo último, de lo nuevo, cuando a mí no me interesa en absoluto un teléfono móvil con Wi-Fi o cámara de fotos con muchos píxeles. Me resulta suficiente con que me permita recibir llamadas y enviar mensajes por WhatsApp. Se me ocurrió poner el ejemplo de los celulares porque es el caso más corriente que suelo ver, pero bien pueden pensar en otros objetos de mayor valor que constantemente aparecen en el mercado prometiendo más confort o mayores prestaciones. Podría seguir adelante con este post pero creo que ya renegué demasiado por hoy sobre esta cuestión. Punto final. 

7 de abril de 2013

Ciudadano cero

Creo que no podría vivir en otro lugar que no fuera la Argentina. La única vez que salí del país, fue para vivir tres meses en Puerto Rico, entre junio y agosto de 2002. Quizás no haya sido la mejor decisión, porque PR es un Commonwealth de EE. UU., o lo que ellos denominan "Estado libre asociado". Para decirlo de otra manera, fue como vivir en Yanquilandia. Las playas son muy lindas y la mayoría de la gente es amable, pero el choque cultural resultó muy fuerte. El modo de hablar, las costumbres, el hecho de tener que pagar para todo, cenar a las siete de la tarde, hicieron que no me sintiera muy a gusto viviendo en la isla. Recuerdo que en aquel tiempo yo estaba residiendo lejos del área metropolitana, a muchos kilómetros de San Juan, la capital. Y nunca me voy a olvidar que allí fue donde escuché por primera vez el abominable reggaetón, que años más tarde se convertiría en el ritmo elegido por las discotecas argentinas. Me parecía (y lo sigo sosteniendo) una música horrible, sexista y degradante, incluso no sé si merece ser considerada música. Pero era lo que sonaba en todos los autos que pasaban por la calle. En mi caso,  no se trató un exilio forzado, fue una decisión que tomé por múltiples factores que me hicieron pensar que podía ser una alternativa provechosa. Pero de lo que estoy seguro es que no viajaría de nuevo ni a Puerto Rico ni a Estados Unidos. Me gustaría visitar un país que tuviera una historia genuina, una identidad propia sustentada en tradiciones, y no me importaría tanto comprar boludeces en Miami como hace mucha gente. No sé si la vida me dará nuevamente la posibilidad de viajar al exterior, pero si así fuera elegiría otros rumbos. 

Si pudiera elegir, me encantaría conocer Rusia, China, o la India, entre otros destinos. Por supuesto, la vida cotidiana de la gente de esos países dista bastante de lo que nos muestra el canal Discovery Travel & Living. Y eso debe ser lo más interesante: descubrir lo oculto detrás de aquello que está pensado para el turismo. Sentirse, aunque sea por unos pocos días, un ciudadano más de los sitios que uno va visitando. Conversar con la gente, y no hacer preguntas boludas sobre si conocen a Maradona o Messi como invariablemente sucede en los programas de TV donde los conductores argentinos salen de viaje. En realidad, si hablamos de viajes soy bastante tranquilo: nunca me alejé demasiado de Lobos excepto por aquella vez que les comenté. No sé si tengo espíritu de explorador o aventurero, creo que es algo que uno va descubriendo cuando se encuentra solo en un lugar y se ve en la situación de relacionarse socialmente. En algún otro post les contaré más impresiones sobre lo que implica para mí viajar a un país extraño. Punto final.  

4 de abril de 2013

Solidaridad a medias

¿Los argentinos somos verdaderamente solidarios? Quizás no sea el mejor momento para mirarnos el ombligo, pero ¿Tenemos que esperar aque ocurra una catástrofe natural, como las inundaciones en Buenos Aires y La Plata, para mostrar algún gesto altruista? Ser solidario, en mi opinión, no es sólo dejar un tetra brick de leche o una frazada en algunos de los centros de recepción de donaciones. En lo cotidiano, cuando no ocurren hechos como los que acabo de mencionar, a nadie le importa nada de nadie. Además, mucha gente es reacia a efectuar donaciones (y con razón), porque sabe que en la mayoría de los casos éstas no llegan a las víctimas o damnificados. Aún en la desgracia, hay personas miserables que se quedan con lo que otros donaron. La corrupción no cesa ni siquiera en las peores circunstancias. Aunque el contexto era diferente, basta con preguntarnos cuántos alimentos o víveres que la gente donó en 1982, durante la Guerra de Malvinas, llegaron a los soldados argentinos. No seamos hipócritas, no nos engañemos a nosotros mismos, no nos creamos que somos buenas personas por dejar un paquete de polenta en un comedor. Se es solidario cuando uno logra comprender al otro, o al menos intenta ponerse en su lugar. 

En la Argentina siglo XXI, vivimos en la ley de la selva. Cada uno hace la suya, y si te pueden pisar la cabeza para obtener una ventaja o lograr sacarte del medio, lo harán sin miramientos. Podemos creer que la desidia de los políticos y funcionarios ha contribuido a que la sociedad civil pierda toda confianza en los valores. Pero sería un análisis parcial si no entendemos que seguimos siendo masoquistas:  nos gusta que nos mientan, que nos engañen, que nos caguen, porque esta gente que está en el poder llegó a ese lugar por medio del voto popular. No se trata de hacer leña del árbol caído, porque tarde o temprado el agua bajará y la situación tenderá a normalizarse. Pero pensemos cuántas veces no nos importa nada del prójimo, en las situaciones más simples y cotidianas. No hace falta que ocurra un desastre climático para empezar a ser un poco más solidarios. Basta con pequeños gestos, con ceder el paso a un anciano si vamos en el auto aunque estemos muy apurados por llegar a casa, por ejemplo. La gente tiende a conmoverse cuando ocurren hechos como los que estamos viviendo, pero tan pronto como pierden espacio en los medios de comunicación, se olvida y todo vuelve a como era antes: la falta de educación, el maltrato, la agresión verbal, el escaso apego a las más elementales reglas de urbanidad entre los vecinos de un barrio. Si fuéramos tan solidarios como decimos ser, no arrojaríamos bolsas de basura en las bocas de tormenta, por citar un caso. Los baños públicos estarían limpios, no habría actos de vandalismo, no destruiríamos monumentos, ni los adolescentes ensuciarían las paredes con aerosol. Por eso, insisto en esto: a nadie le importa. Nos rasgamos las vestiduras sólo cuando alguien nos toca el culo a nosotros. Si le sucede al vecino, será un problema suyo. Pero si esto sirve para que la gente que dona alimentos se sienta más "buena" y reconfortada en el espíritu, con esa estrechez de sentido común y esa miopía de pensamiento, entonces le damos para adelante. Y es cuando aparecen los 0-800, los números para "ayudar", para sentirnos reconfortados porque supuestamente hicimos algo que nos deja la conciencia tranquila de que no somos tan mezquinos y que somos personas sensibles ante la tragedia. Ojalá que cuando vuelva la calma y la gente pueda volver a sus casas que fueron arruinadas por la inundación, perdure en nosotros algo de ese espíritu de súbita solidaridad. Punto final. 

A la vuelta de la esquina

  Mitad de semana en la ciudad. No sé qué les pasará a ustedes, pero yo ya no me preocupo tanto como antes respecto a situaciones que aparen...