He aquí con ustedes un nuevo post antes de fin de año, antes de que concluya este maldito 2007. Por alguna extraña razón siempre me ha ido mejor en los años pares -o, mejor dicho, aquello que terminan con número par- que en los impares. Quizá se trate de una estúpida superstición, o de una mera coincidencia, no lo sé. Pero tengo gratos recuerdos de 1996, 1998 y 2000, por ejemplo, cosa que no sucede con los años intermedios. De todas maneras, ¿qué son los años, sino una manera que ha inventado el hombre para medir el tiempo?
Como he dicho en otro post, a este blog ingresa mucha gente que ni siquiera me conoce, y por ese motivo se ha vuelto un poco impersonal. Me tomo en serio la tarea de redactar un texto en este espacio, si bien me permito ciertas licencias que en otro medio no serían posibles. Este blog nació del deseo de luchar contra las cosas que me hacen mal, y porque no soportaba que las ideas me dieran vueltas por la cabeza y nunca aparecieran escritas en ningún lado. La idea original de este espacio fue dar a conocer mis pensamientos sobre hechos que no suelen ser de estricta actualidad, dado que éste no es un blog informativo o periodístico.
De vez en cuando hago estas salvedades porque con el auge de Google es natural que alguien ingrese acá mediante ese buscador por haber tipeado una palabra específica y se lleve una decepción (les aconsejo acotar la búsqueda, de esa forma evitarán pasar por este blog y tendrán más éxito en su cometido).
No pensé que iba a redactar texto alguno inmediatamente después de Navidad, dado que me pone de mal humor, pero aquí me tienen, "firme junto al pueblo".
Que el blog tenga más de dos años de vida no es casualidad. Escribo cuando realmente quiero hacerlo, o bien cuando me doy cuenta de que he pasado demasiado tiempo sin actualizarlo.
Es irónico. Soy de los que creen que las personas no cambian. En esencia, son como son. Pero también es cierto de que uno constantemente está cambiando, fluctuando, a veces en una dirección opuesta a la de la masa, a veces siguiendo al rebaño. Los cambios existen, son reales, pero difíciles de percibir en un corto plazo. Pero cuando alguien por la calle nos para y nos dice "¡Cómo cambiaste!" o "¡Qué cambiado que estás!", ahí es donde nos cae la ficha. Y sobreviene la pregunta, inevitable: ¿Cambié yo, o cambió la forma que tenía de verme la otra persona? ¿O cambiamos ambos y simulamos no darnos cuenta para evitar caer en la nostalgia y en el sabor amargo de la derrota inexorable contra el tiempo?
Como he dicho en otro post, a este blog ingresa mucha gente que ni siquiera me conoce, y por ese motivo se ha vuelto un poco impersonal. Me tomo en serio la tarea de redactar un texto en este espacio, si bien me permito ciertas licencias que en otro medio no serían posibles. Este blog nació del deseo de luchar contra las cosas que me hacen mal, y porque no soportaba que las ideas me dieran vueltas por la cabeza y nunca aparecieran escritas en ningún lado. La idea original de este espacio fue dar a conocer mis pensamientos sobre hechos que no suelen ser de estricta actualidad, dado que éste no es un blog informativo o periodístico.
De vez en cuando hago estas salvedades porque con el auge de Google es natural que alguien ingrese acá mediante ese buscador por haber tipeado una palabra específica y se lleve una decepción (les aconsejo acotar la búsqueda, de esa forma evitarán pasar por este blog y tendrán más éxito en su cometido).
No pensé que iba a redactar texto alguno inmediatamente después de Navidad, dado que me pone de mal humor, pero aquí me tienen, "firme junto al pueblo".
Que el blog tenga más de dos años de vida no es casualidad. Escribo cuando realmente quiero hacerlo, o bien cuando me doy cuenta de que he pasado demasiado tiempo sin actualizarlo.
Es irónico. Soy de los que creen que las personas no cambian. En esencia, son como son. Pero también es cierto de que uno constantemente está cambiando, fluctuando, a veces en una dirección opuesta a la de la masa, a veces siguiendo al rebaño. Los cambios existen, son reales, pero difíciles de percibir en un corto plazo. Pero cuando alguien por la calle nos para y nos dice "¡Cómo cambiaste!" o "¡Qué cambiado que estás!", ahí es donde nos cae la ficha. Y sobreviene la pregunta, inevitable: ¿Cambié yo, o cambió la forma que tenía de verme la otra persona? ¿O cambiamos ambos y simulamos no darnos cuenta para evitar caer en la nostalgia y en el sabor amargo de la derrota inexorable contra el tiempo?