La última vez que fui al gimnasio, fue el jueves 25. Podría decirse, casi en la previa de la ola de calor que estamos atravesando. Claro que esto no es de interés para nadie, pero se trata de un mero comentario para relatar lo que vino después.
En fin, la cuestión es que aquel día hice la rutina de ejercicios lo mejor que pude, porque transpiraba de una manera impresionante: literalmente chorreaba agua. Agua que, de algún modo pude recuperar o compensar, ya que siempre llevo en la mochila una botella que dejo unas horas antes en el freezer antes de salir, así se mantiene lo más fresca posible para esa franja de 50 minutos en los que procuro olvidame de todo y cambiar de ambiente. Realmente me gusta entrenar. Hace unos meses había bajado dos o tres kilos, pero todo me hace pensar que irremediablemente volverán a aparecer. Veremos qué dice la balanza de la farmacia cuando pase por alguna de ellas.
Este miércoles, la ciudad fue un infierno, y no sólo por el clima: Cortes de luz intermitentes, cortes de Internet, agua corriente con servicio restringido, semáforos en pleno Centro que no funcionaban, al igual que los aparatos de Posnet. La falta de luz no fue muy extensa, por suerte, pero suficiente para que el malhumor y el fastidio se contagien entre la gente que depende de algo tan básico como la energía eléctrica.
Con respecto al gimnasio, por la razones que mencioné, me pareció insostenible ir nuevamente, y es así como no retomé la actividad durante la semana. Lo que hagan los otros clientes corre por cuenta de ellos, pero bajo ningún concepto me arriesgaría a un golpe de calor o a un esfuerzo excesivo. Es verdad que una buena opción puede ser ir de noche, después de las 20, pero a esa hora ya estoy ocupado en otras cosas.
Al ser un espacio cerrado, donde se instalaron algunos ventiladores que son un alivio pasajero, no me imagino teniendo que pasar por lo mismo, sobre todo para una actividad que debería gratificarme. Lo digo sin detrimento del lugar, que ofrece un buen servicio en líneas generales.
Los días que siguieron tuve como único esparcimiento el darme un chapuzón en la pileta, o ponerme a leer por las noches. Sin duda lo considero el momento más adecuado para leer un libro y concentrarse en él, porque predomina el silencio, que sólo se ve interrumpido por el ventilador de mi habitación, algún perro que ladra con insistencia, o el rumor de los motores de motos y autos.
De más está decir, que eso no significa que haya hecho una pausa en el laburo. Trato de conseguir todas las notas que me sean posibles, preferentemente por la mañana. Al mediodía llego a casa, me pongo a almorzar a veces con más apetito según el caso, y al finalizar de comer le doy un vistazo a los mails para asegurarme de haber leído todos los mensajes que quizás no me haya percatado.
Cuando todo eso va concluyendo, no me queda otra que recluirme en esas horas muertas, a veces logro dormir y otras no. Si no lo hago, no me preocupa, la prioridad es tener un buen descanso por la noche. Si no pude dormir la siesta y tampoco logro hacerlo al terminar el día, ya se torna frustrante. Ni hablar si se prolonga dos o tres días consecutivos, porque por muy agotado que te sientas, no hay mucho que se pueda hacer, quizás beber un té de tilo, tomar algún sedante... No hay lugar para pensar en varias alternativas.
Por toda esta extensa descripción que acabo
de esbozar, la verdad es que no tenía ganas de publicar un nuevo posteo,
precisamente porque creí que no había nada nuevo bajo el sol.
Sea como fuere, siempre le podés encontrar la vuelta para no quedarte con la sensación de que desaprovechaste ese tiempo, esas horas destinadas a la siesta. Ayer hice una limpieza a fondo de mi dormitorio, porque como a veces dejo las persianas de la ventana levemente abiertas para que entre un poco de aire fresco, es lógico que se vaya acumulando tierra, polvo, algún insecto vagabundo que por casualidad se le ocurrió parar a ese espacio que tengo en cuatro paredes. Le tengo asco a las cucarachas, por suerte nunca ha aparecido ninguna allí.
Pese a todos, hay que renunciar a la queja por “la calor”, porque era obvio que esto iba a pasar. En todos los veranos sobreviene un pico de temperaturas extremas que se extiende por un plazo variable, hasta que algún día llueve y eso disminuye un poco la pesadez que provoca el impiadoso castigo del sol.
Si nos ponemos a recapitular, en
2023 hubo una sequía sin precedentes: No cayó una sola gota
durante tres meses. Y las consecuencias no sólo afectaron al sector
agropecuario, sino que además convirtió a varias lagunas (entre ellos la
nuestra), en decadentes cráteres de tierra cuarteada, donde además quedaron visibles toda clase de basura y residuos que la gente fue ido arrojando desde
larga data. Era la oportunidad ideal para efectuar un dragado, se lo dije a un
funcionario de primera línea, pero sólo me respondió que esa tarea era muy
costosa, y alguna boludez más que no me acuerdo, pero en definitiva que no me
convenció para nada.
Mientras tanto, haciendo esas salvedades, sigo adelante con mi vida profesional, entrevistando vecinos que ocupan cargos en distintas instituciones, y sigo con la premisa de producir mi propio contenido.
No es posible en el 100 % de los casos, por supuesto, pero de a poco va mejorando el contexto, no el económico, pero sí dentro el ritmo que caracteriza a una ciudad pequeña del Interior. Un pueblo que continúa con graves falencias, sin haber voluntad política de resolverlas, porque están a la vista de todos. No son un capricho mío, ni una apreciación antojadiza. Eso daría para otra nota, no quiero abusar de vuestra paciencia. Nos estamos viendo pronto, cualquier ocasión es propicia para escribir. Punto final.