El día no tiene entidad propia, sólo se trata de una luz que se proyecta sobre la oscuridad de una eterna noche. Es que en verdad todo lo que se conoce del día es que este amanece de la noche y al atardecer, una mancha roja refleja una herida de muerte sobre alguien que en algún momento se creyó una estrella.
No soy otra cosa que la parodia de la belleza, con un frac elegante posando y abrigando mi cuerpo desnudo. La elegancia, al igual que el día, murió desde que yace en mi extraña imagen casi imperceptible en la falta de claridad.
Al diferencia de otras criaturas de mi especie, a mí no me gusta volar ciegamente por los cielos. Mis alas en verdad no sirven casi para otra cosa que no sea abrigarme, mientras veo todo patas para arriba.
Mis orejas también fallan, y mi pesado cuerpo se choca (o es chocado) contra otros cuerpos en la infinitud de la monotonía vacía de la nada que se encuentra y pierde a la vez en un eco sin respuesta. El tiempo tan sólo se vuelve un eterno presente en una vida condenada a la existencia.
Durante la progresiva secuencia interminable mi vuelo bajo, continuo al ras de un piso cubierto de resíduos y estiércol, con un horizonte que tropieza contra las paredes de una ciudad dormida. Así, es que yo despierto en el sueño de los otros buceando en sus laberintos abandonados sobre los senderos de una especie de Edad Media que juega y sueña a ser eterna. Singular paisaje es que el que se visualiza desde la loma de un basural que rebalsa de ilusiones descartadas o simplemente condenadas a muerte por la memoria.
Las bestias renacieron y la selva espesa es atravesada por quienes se disputan el liderazgo de un reino de carroñas sin ancestros, dueños ni herederos definitivos, en una lucha interminable de la que sin menos voracidad yo termino siendo un espectador menos que pasivo.
Criaturas de la noche, amos del terror... Me dice una voz interminable desde lo más remoto de algún incosciente, como liberándose en un portal que evoca una dimensión lejana, mientras transcurre la transición de un transe de vigilia en el momento que una tibia luz profundiza las sombras ya oscuras de las noche. Y así con el sol del amanecer todo se empezó a dibujar, quedando mi humanidad al redescubierto.
Eduardo Bobbio
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