(Versión corregida, 2023)
Cuando uno debe
salir a la calle a laburar, no se puede vivir eligiendo con quién relacionarse
según se trate de oficialistas y opositores. Porque además de resultar inviable,
implica ignorar la diversidad del pensamiento. No coincidir con un modo de entender
la política es una toma de posición personal, pero los demás tienen derecho a
hacer lo que quieran. Total, para los políticos los ciudadanos tenemos tan poco
valor (somos un sobre con una boleta cada 2 años), que es una pérdida de tiempo
distanciarse de alguien porque asumió una postura ideológica determinada.
Las discusiones trasnochadas no conducen a ningún lado. Los que se oponen a todo tampoco me caen bien: son pesimistas, siempre están presagiando el Apocalipsis y viven esperando que todo explote para que la balanza se incline a su favor. Egocentrismo puro.
Pensá en esto: Todos sabemos que De la Rúa fue un presidente para el olvido, pero justo es decir que ningún dirigente del PJ salió a respaldarlo cuando hizo un llamamiento a un gobierno de coalición. Prefirieron aguardar a que todo estallara y se cagaron en la gente que luego los terminó votando. Una operación política totalmente inmoral.
Para mí, sería lamentable perder una amistad por desavenencias
políticas, sobre todo porque no me interesa convencer al otro de cómo tiene que
pensar o qué ideas debe defender. Se puede debatir, por supuesto, pero no con
un fanático. Si se logra llegar a ciertos acuerdos, como evitar temas de
confrontación, también es posible preservar una amistad más allá de diferencias
que en apariencia son irreconciliables. Porque haciendo un poco de memoria,
antes que existiera la Ley de Medios, el Fútbol para Todos, o cualquier medida
polémica que se haya tomado, yo ya era amigo de esa persona. Entonces, ¿qué me
importa el resto? Se supone debo priorizar lo que realmente tiene valor, y que
es lo que en definitiva va a perdurar cuando se termine una gestión de gobierno.
Quizás ése es el secreto para no dejar que nos venzan las limitaciones del
pensamiento vacío y estrecho de los políticos que no son más que un “sello de
goma”.