21 de noviembre de 2006

COMO SOBREVIVIR A "LA VUELTA AL PERRO"

No le encuentro el sentido a la caravana vehicular que suele registrarse  durante los fines de semana (costumbre de pueblo chico si las hay) que se ha dado en llamar “la vuelta al perro”. Por más que me esfuerzo, no logro comprender qué incita a algunos a dar vueltas, una y otra vez, por las calles que circundan la Plaza 1810. Para los peatones, resulta imposible cruzar. Los autos avanzan en una suerte de fila india, tan pegados uno del otro, que no hay un resquicio por el cual uno pueda filtrar su humanidad para sortear ese atascamiento y alcanzar la vereda opuesta. Pero no serviría tampoco seguir el impulso de desterrar estas prácticas, en la medida que no sean dañinas,  aunque no aporten nada a una ciudad que dice contar con numerosas atracciones. Ahora bien, si existen tantos lugares para conocer, visitar, y recorrer, ¿por qué motivo nos empeñamos en "quemar" nafta, un bien codiciado para cualquier automóvil y que sube hasta tres veces por mes?

Coches importados de 80.000 dólares conviven con un destartalado utilitario, al estilo del Fiat Fiorino. Como no resulta fácil satisfacer la vanidad del ser humano, y el que no puede tener un BMW o un Mercedes tampoco quiere pasar desapercibido. Por eso, a escasos metros aparecen pidiendo pista los Renault Clio o los Ford Falcon “tunneados”, con motores preparados, llantas de aleación, vidrios polarizados y otras chucherías. No puedo dejar de mencionar, como un accesorio infaltable, el estéreo con woofers, tweeters y potencias equipados de forma tal que los propietarios de estos cachivaches, no conformes con destrozarse los tímpanos con ese híbrido musical que se conoce como reggaetón, también torturan a los ocasionales transeúntes, pues -evidentemente- ellos gustan de compartir su complejo de superioridad con el resto, o sea, ellos deben destacarse y hacer alarde de su poder adquisitivo que les permite gastar más de 100.000 en para acondicionar un auto que no justifica esa erogación.

Eso no es todo, estimado lector: atrás los sigue de cerca una motito de 50 c.c. con escape libre. Su propietario parece no ver la realidad y se cree dueño de una Harley Davidson. No muy lejos de allí, un muchacho de reparte helados (perdón, me olvidé que ahora le dicen “delivery”) va haciendo “slalom” entre los coches para entregar el pedido. Conclusión: un caos total.

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