No le encuentro el sentido a la caravana vehicular que suele registrarse durante los fines de semana (costumbre de pueblo chico si las hay) que se ha dado en llamar “la vuelta al perro”. Por más que me esfuerzo, no logro comprender qué incita a algunos a dar vueltas, una y otra vez, por las calles que circundan
Coches importados de 80.000 dólares conviven con un destartalado utilitario, al estilo del Fiat Fiorino. Como no resulta fácil satisfacer la vanidad del ser humano, y el que no puede tener un BMW o un Mercedes tampoco quiere pasar desapercibido. Por eso, a escasos metros aparecen pidiendo pista los Renault Clio o los Ford Falcon “tunneados”, con motores preparados, llantas de aleación, vidrios polarizados y otras chucherías. No puedo dejar de mencionar, como un accesorio infaltable, el estéreo con woofers, tweeters y potencias equipados de forma tal que los propietarios de estos cachivaches, no conformes con destrozarse los tímpanos con ese híbrido musical que se conoce como reggaetón, también torturan a los ocasionales transeúntes, pues -evidentemente- ellos gustan de compartir su complejo de superioridad con el resto, o sea, ellos deben destacarse y hacer alarde de su poder adquisitivo que les permite gastar más de 100.000 en para acondicionar un auto que no justifica esa erogación.