2 de mayo de 2011

Polvo en el viento y nada más


Hoy me desayuné con la noticia de que los yanquis mataron a Osama Bin Laden, líder del grupo terrorista Al Qaeda, y señalado como responsable de los atentados del 11 de septiembre de 2001 en New York. Lo cierto es que esto ocurre cuando casi nadie se acordaba ya de Bin Laden, al menos fuera de los EE. UU. En la primavera de Nueva York, el júbilo por la noticia de la muerte del asesino ganó rápidamente las calles. Yo no le deseo la muerte a nadie, y aunque parezca hipócrita no saldría a celebrar que mataron a alguien.

Es cierto que Bin Laden fue un personaje siniestro, dueño del poder de dominar voluntades, que es el más eficaz de todos los poderes. Las mismas voluntades que adiestró para que estrellaran los aviones contra las Torres Gemelas en nombre de un ser superior que en caso de existir, dudo que apruebe este tipo de acciones.
Sinceramente, en lo que a mí respecta, ya me había olvidado por completo de Bin Laden, y si lo encontraban pensé que lo iban a juzgar antes de condenarlo a muerte, como hicieron con el dictador Saddam Hussein. Ya empiezan a circular por Internet las teorías conspirativas acerca de si Bin Laden efectivamente ha muerto, o si es toda una estrategia montada para elevar la popularidad de Obama y levantar la moral y el chauvinismo yanquis. No sé, sigo pensando que celebrar la muerte de alguien es lamentable. Mientras escribo no puedo dejar que pensar en que hay muchas emociones en juego, muchas historias de vida detrás de esos "festejos" sobre los despojos del otrora omnipotente Bin Laden. Pero inclusive si se muriera una de las personas que más detesto, no me alegraría, ni mucho menos. Simplemente sentiría alivio de saber que ya no está en mi vida para hacerme daño a mí o a los demás. Cuando un hijo de puta se muere, ya su tiempo de humillar y lastimar ha pasado, porque como dice una canción, sólo queda polvo en el viento.

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