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9 de febrero de 2012
Malvinas
Algo no funciona bien en la Argentina. Desde fines del año pasado se vienen acentuando los cruces con el Reino Unido por la soberanía de las Islas Malvinas, y parece ser que a los mandatarios de ambas naciones, Cristina y David Cameron, esta controversia les ha servido para mantener entretenida a la opinión pública. Está claro que nada va a cambiar significativamente, al menos en el corto plazo. Se van a cumplir 30 años de la guerra, y hay algunos que todavía hablan de "gesta" para referirse al conflicto bélico. Podemos pensar que los soldados fueron héroes y exaltar el fervor patriótico, pero es un error suponer que los protagonistas de la guerra están más allá del bien y del mal, a salvo de todo cuestionamiento. Cada bando supo qué intereses defendía y actuó en consecuencia, tanto los combatientes ingleses como los argentinos.
Podemos tener la convicción de que las Malvinas son argentinas, pero debemos saber que la mayoría de los países desarrollados desestiman nuestro reclamo, y esto incluye a la Unión Europea y América del Norte. De nada sirve intentar persuadir a un kelper para que quiera copnvertirse en ciudadano argentino, como se pretendió hacer durante el menemismo con la llamada "política de seducción". Si para ingresar a unas islas que consideramos propias debemos presentar el Pasaporte, estamos en problemas. Y si aceptamos esa condición, estamos aceptando implícitamente que somos visitantes de un territorio extranjero. Por eso es que muchos veteranos se oponen a viajar a Malvinas, aunque en su fuero íntimo desearían evocar lo sucedido hace 30 años. Me parece muy coherente esa posición, porque de esa manera se está evitando la demagogia y la estupidez. Si las islas son argentinas, perfecto, que todos viajemos sin pasaporte como corresponde y listo. Pero como perdimos la guerra, debemos hacernos cargo del costo de la derrota, que llevará varias décadas superar. Hace 30 años que recuperamos brevemente el dominio territorial de las Islas, y sin embargo todo fue tan efímero que parece que hubiera sucedido ayer.
Conmemoremos este 30º aniversario con madurez, aceptando la responsabilidad que nos cabe, pero con dignidad. No tiene sentido rebobinar la cinta y recordar una derrota dolorosa y previsible. Pensemos qué podemos hacer para llevarnos mejor con los isleños, con las nuevas generaciones que ni siquiera habían nacido cuando estalló la guerra. Aceptar una negociación o un debate no implica renunciar a nuestros principios, y es uno de los fundamentos básicos de la diplomacia del más alto nivel.
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