Dedico este post a mi fiel amigo Pablo, que me motivó a escribir luego de algunos días de ausencia. Estaba pensando en el clima que se está viviendo, a mi modesto entender, en el periodismo argentino. Podemos estar de acuerdo con que el Grupo Clarín concentra una gran cantidad de medios, pero aún así todos elllos no alcanzan a equiparar el aparato de propaganda del Gobierno, que logró concentrar en pocos años cerca del 80 % de las señales de radio y TV, además de publicaciones gráficas que se sostienen con la pauta que les obsequia el propio Estado. Pero quizás lo más preocupante sea la confrontación entre periodistas. Hoy parece necesario demostrar "de qué lado estás", ya no hay lugar para matices. Me refiero a que no se admite que un periodista reconozca logros de este Gobierno y al mismo tiempo enuncie sus puntos débiles. O se es obsecuente, o si estamos en la vereda de enfrente pasamos a ser considerados opositores, cipayos, gorilas, golpistas, destituyentes. Los periodistas se enfrentan entre sí buscando posicionarse ante la opinión pública en lugar de subirse al ring con los funcionarios, para cuestionarlos, pedirles explicaciones, ser esclarecedores en medio de la polémica. Explicar lo que está sucediendo con palabras sencillas, de forma tal que lo comprenda cualquier ciudadano, ha dejado de ser la misión del periodista. El periodista promedio busca dos cosas: el lucimiento personal y asumir un posicionamiento ideológico que le garantice beneficios económicos y acceso a fuentes de información.
Quienes nos dedicamos a ejercer el periodismo genuino debemos replantearnos dónde estamos parados, cuál es el escenario actual y de qué manera vamos a defender nuestros derechos. Mientras algunos se han visto favorecidos por su cercanía al poder político de turno, otros obtienen un rédito similar oponiéndose de un modo sistemático a una gestión de Gobierno. No voy a ser tan ingenuo como para hablar de principios o convicciones, cuando sobran ejemplos de pseudoperiodistas que se han vendido al mejor postor siguiendo el viento de cola. No sólo los políticos se ponen el chaleco salvavidas y saltan de un barco a otro antes de que se hunda el Titanic, también los periodistas han aprendido la miserable actitud de adaptar su pensamiento a los "tiempos modernos". Punto final.
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