La gente de campo es modesta, sencilla, reservada. Y desconfiada también, con justificados argumentos, porque los han cagado muchas veces con innumerables promesas de mejorar su calidad de vida. Me refiero a los pequeños productores, a aquellos que andan en una camioneta F 100 media destartalada y abastecen a la zona urbana de toda clase de productos. Mi primo Sebastián vive en Salvador María y aunque no tuvo el privilegio de algunos de tener una gran educación, es una persona ejemplar. Habla poco, le gusta escuchar. Está solo todo el día en el campo, arando, sembrando, o alambrando, lo que sea. Sabe hacer de todo, y es mucho más joven que yo. En mi caso, me considero inútil para todo lo que tenga que ver con trabajos rurales, pero cada vez que me encuentro con Sebastián dejamos de lado los mundos opuestos en que vivimos y conversamos de cualquier cosa: autos, mujeres, un poco de política, cómo anda la familia, etc. Y como este primo mío que estoy describiendo, hay muchos que desde el total anonimato y con un Estado muchas veces ausente hacen lo posible para que este sea un país mejor. No son los señores de la Sociedad Rural de Palermo, son paisanos como nosotros. Que tienen una idiosincrasia diferente a la nuestra aunque nos separen unos pocos kilómetros de distancia. Menciono este ejemplo por no citar a los productores yerbateros de Misiones, o a los arroceros de Entre Ríos. Una vez, charlando con un amigo, nos quejábamos de la falta de federalismo que tenemos. En todo país, por supuesto, tiene que existir una capital... pero qué lejos está el porteño de pensar en el resto del país. Buenos Aires es un encanto y una maravilla para los turistas, y una ciudad fantasma y peligrosa para sus propios habitantes.
Por ahí estoy diciendo algún disparate, pero recuerdo aquel proyecto de Alfonsín de trasladar la capital a Viedma. No tuvo demasiado respaldo, y naufragó rápidamente con el paso del tiempo. Me pregunto si hubiera servido de algo para cambiar las cosas. Para tener un país más federal, no tan centralizado. Hoy, cualquier persona enferma se juega la vida si no hay medios para trasladarla a un hospital de alta complejidad en Buenos Aires o La Plata. Qué bueno sería contar con un servicio de salud pública menos burocrático, más eficiente y capacitado. Y qué satisfacción sería que las empresas de medicina prepaga comenzaran a decaer porque la gente elige los hospitales públicos. Por supuesto, no en todas partes es igual. No tuve la suerte de recorrer todas las provincias, pero fíjense la cantidad de Hospitales que hay el Capital y los pocos que existen en las provincias más pobres y postergadas. Punto final.
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