11 de noviembre de 2013

Escuchando el nuevo disco de Sting


Noche agradable en la ciudad. Hace calor, pero no es agobiante, vale decir que se puede salir a la calle con una remera sin terminar asfixiado o rodeado de una nube de mosquitos. Estoy escuchando el nuevo disco de Sting, "The Last Ship". Siempre que un músico de renombre saca material nuevo, hay mucha expectativa, sobre todo en el caso del ex The Police cuya última grabación como solista data de 2003.

 El disco es tranquilo, tiene reminiscencias de música celta y galesa, se deja escuchar, es ideal para relajarse y disfrutar. Tiene muy buenos arreglos y la mayoría de los tracks fueron grabados en los míticos estudios de Abbey Road, en Londres. Es un poco difícil definirlo, pero podría decirse categóricamente que no es un disco pop. De algún modo, es un disco "de fogón", a pesar de que carece de estribillos pegadizos o riffs de guitarra demoledores. Hace rato que Sting viene explorando nuevos sonidos, nuevas texturas, y el cambio que trajo aparejado dicha búsqueda desilusionó a muchos fans. Está claro que el Sting de los '80 no volverá, no sólo porque él ya no es el mismo sino porque ha ganado suficiente dinero y prestigio como para emprender cualquier proyecto que desee aunque no resulte rentable.

La primera vez que escuché "The Last Ship", hice un gesto de desagrado: de algún modo yo también me sentí defraudado por el contraste con aquel Sting que supe conocer. Pero basta con tomarse el trabajo de escuchar el disco un par de veces para comprender cuál fue la intención del artista, qué concepto subyace detrás de la obra, y en última instancia qué aspectos diferencian a un músico mediocre y comercial de otro que ha madurado para pasar el resto de su carrera esquivando charcos y asumiendo el riesgo. Punto final.

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