Cada uno alcanza
la felicidad a su modo. Son episodios fugaces que nos otorga la vida y que hay
que aprender a disfrutarlos, a degustarlos como si fueran los mejores platos
que nos pudieran servir. Darles valor a esos instantes únicos que difícilmente
se repitan, requiere de intuición y de conciencia plena. Celebrar que estamos viviendo
en un estado de satisfacción. Pero debemos saber que ese condición tan particular
de nuestra mente no dura para siempre. Es efímera, y hay que estar atentos para
no dejarla pasar. Yo no sé si existe la “llave” de la felicidad, creo que no. Y
sería complejo definirla. Tomar unos mates, fumar un cigarrillo, escuchar
música, nadar en el mar, pueden darte un momento de placer que se asemeja bastante a ser feliz.
El error está en esperar que ocurra un gran acontecimiento que nos colme por
completo y que quizás nunca llegue. Uno puede estar solo y sentir algo de
desazón porque al no tener la experiencia de compartir lo que está haciendo con
nadie, en ese caso el placer se percibe como un acto individual. Es un placer que busca hacer partícipes a otros de esa alegría. Cualquiera
puede tomar un café solo, sentado en el bar que prefiera o en la cocina de su
casa, pero si lo puede compartir una charla con un amigo o un familiar, mucho
mejor. Por eso tiendo a enfatizar la necesidad de adaptarse. Por muchos amigos
o conocidos que tengamos, no siempre estarán disponibles cuando los
necesitemos. Ellos tienen su propia vida, y si aprendemos a actuar con
autonomía no habrá lugar para reproches. Por supuesto, la amistad se construye
en las buenas y en las malas. Si vos percibís que tus supuestos amigos sólo
están para acompañarte en la joda, comprenderás que esa gente es oportunista.
Ahora bien, volviendo a lo que a mi modesto entender significa la felicidad, reitero que no espero acceder a ella por la puerta grande. Ni siquiera hago el intento, porque me parece que no es por ahí. Todas esas rutinas que mencioné en el párrafo anterior son simples ejemplos de hábitos que me hacen sentir bien. Pensemos lo siguiente: Uno puede reírse de un chiste verde que te cuentan en la cola del banco, pero eso es un entretenimiento, no es felicidad. Es lo mismo que nos pasa cuando vemos una comedia por televisión. Nos sentamos una hora y media frente a la pantalla, pasan los títulos finales y se acabó la diversión, si es que la hubo. Divertirse es más fácil de lograr, porque existen más recursos para alcanzar ese estado emocional. El humor no es para todos por igual: Abundan chistes de todo tipo, que a unos les causarán más gracia que a otros. La ola feminista hizo que aquellas películas de Olmedo y Porcel, rodeados de vedettes exuberantes, hoy pierdan todo interés, son un anacronismo. Es un cambio cultural que se fue dando, y hoy el humor pasa por otro lado, no sé exactamente por dónde, es posible que por el stand up. Los cordobeses no se ríen de lo mismo que los porteños, o que los misioneros.
La torpeza causa risa, incluso si es uno el que la comete. Tener la capacidad de reírse de uno mismo nos quita la mochila de tomarnos todo el tiempo demasiado en serio. Eso no se consigue de un día para el otro, hay que ejercitarlo. Es sumamente útil porque nos permite, además, sopesar los hechos para darles su verdadera dimensión. Hay pocas cosas terribles e irremediables, ustedes podrán imaginarse cuáles son. Para todo lo demás hay que seguirla remando. Seré sincero: Hay veces en que -a priori- no se me cae una idea para escribir en este blog, pero si no me predispongo frente a la computadora, no voy a avanzar en nada. Lo mínimo que debo hacer es sentarme a escribir y darle forma a un texto, de la índole que fuere. Puede ser una nota de opinión, una crónica, un cuento. El procedimiento es el mismo, puede cambiar levemente si hay una entrevista que desgrabar o bien comenzar a redactar desde cero. Pero esas ideas que flotan por encima de nuestra cabeza tienen que expresarse en palabras. El pintor lo hará en una obra de arte, el escultor otro tanto, y así.
Esto me lleva a
pensar lo siguiente: Hay una disciplina en el ocio, aunque no lo parezca. Estar
todo el día en la cama es lo más parecido a un desperdicio, al menos para mí, salvo que estés muy cansado.
En cambio, emprender una caminata o cultivar una huerta implica una actitud
más activa. Otra cosa: Cuando leemos un libro o un buen reportaje, nuestra mente se transporta hacia el lugar
imaginario o ficticio que su autor concibió para recrear una
determinada escena. Describe a los personajes, nos hace amarlos u odiarlos.
Podemos pasar horas recorriendo las páginas, asumiendo una actitud que en principio no parece muy proactiva, pero la historia que ese escritor se propuso contar
podrá calar hondo en nosotros. Tal vez pase que nos sintamos identificados, o
bien que la narración está situada en un contexto que nos resulta familiar. Los
buenos escritores no defraudan, y nos están esperando para regalarnos una dosis
de felicidad. Buscarla no es tiempo perdido, y hallarla en la sencillez es un
acto de virtud y sabiduría que nos va dando los años. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
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