Voy transitando este camino a mi ritmo, que no sé si será el mejor, pero es el que yo puedo alcanzar hoy por hoy. Ultimamente me he puesto a escribir borradores de varios textos, aunque sé que para lograr la versión definitiva me falta bastante. En el plano personal es lo mismo. Hoy caminé más de lo habitual porque se me había roto la bici y no me quedó otra opción que recorrer el trayecto a pie. Hice una caminata hasta el Hospital para una consulta médica, atravesando el campito de la estación. Cuando salí de allí aún me quedaban cosas por hacer, y ya estaba apretando el calor. El día estaba demasiado húmedo y pesado. Pero, como dije al comienzo, yo tengo mis tiempos, y cada uno tendrá los suyos. Lo importante es tener en claro hacia dónde ir.
Voy a retomar el
gimnasio a la brevedad, ya no caben más excusas para justificar el desgano o como se llame.
Si todo sale bien, pienso intercalar los días de pileta con otros para el gym,
o bien dedicar una misma jornada a ambas actividades. Ayer terminé de leer “El
palacio de la Luna”, una de las novelas más famosas de Paul Auster, y me sentí
contento de haber llegado hasta el final del libro. Salteé algunas páginas, eso
sí, pero lo pude terminar. Resistí el impulso de dejar todo por la mitad, o de
hojear las últimas páginas. Así es como voy domesticando a la ansiedad. No voy
a dejarme llevar por ningún impulso sin antes medir las consecuencias, eso es
algo que aprendí a ejercitar. No hay que bajar la guardia: Pienso que perdemos mucho tiempo dándole rosca a
cualquier asunto, haciéndonos los rulos en lugar de actuar. Nos imaginamos una
y otra vez en posibles desenlaces y llegamos al final del día sin hacer nada.
Nos agobian las preocupaciones, pese a que no tenemos mucha injerencia en las
decisiones que puedan tomarse a otro nivel. Nada puede salir bien con la cabeza
embotada y llena de problemas. Ideas o pensamientos recurrentes que no van a
ninguna parte. Tonterías que sobredimensionamos. Y así podría seguir
enumerando.
Creo que el bien
más preciado es la tranquilidad. Y para obtenerla, hay que cambiar el chip. No
es ni tan simple ni tan complejo como parece. Lo que nos lleva a flaquear en
ese proceso es insistir con recetas que ya fracasaron. Es más común de lo que
parece, a todos nos pasa, de no ser así no habría margen para el error. Por eso
en este último tramo del año, hay que sacar fuerzas de donde haya para remontar
vuelo, y despegar de una vez. Si lo conseguimos, tendremos más posibilidades de
decir que 2024 no fue un completo desperdicio, y lo recordaremos sin rencor.
No todos los años
son iguales, pero debemos aceptar que es lo que nos toca y no sería atinado
poner resistencia a períodos turbulentos. Que pase lo que tenga que pasar. Que
duela lo que tenga que doler. No es saludable anticiparse a los hechos porque,
si lo hacemos, ya nos estamos cargando de ansiedad de antemano. Creamos un
estado de alerta que nos pone mal y nos desgasta notablemente. Quizás todo lo
que estoy escribiendo yo no lo ponga a la práctica, pero sí puedo saber lo que
es bueno para mí. Como dicen ahora, “es por ahí” donde hay que ir, con o sin
temores. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
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