25 de octubre de 2024

Mejor que ayer

 

Estoy en una etapa de transición hacia algo superador. Todavía me falta para sentirme al 100 %, pero creo que voy bien encaminado. Es normal frustrarse con facilidad ante los nuevos obstáculos, aunque eso tiene que ver con la personalidad de cada uno. Pero lo que rescato es que sigo andando. Hay aspectos que me gustaría modificar o corregir, pero les aseguro que no es fácil. Y en tal sentido cabe declinar toda pretensión por ser original. El hecho de no sentirse a gusto con quien uno es, nos pone en la necesidad de crear una nueva versión de nosotros mismos. Nos coloca en una posición donde debemos asumir un protagonismo al cual habíamos renunciado. Y eso nunca es gratis o con costo cero. Demanda tiempo y esfuerzo. Porque implica realizar cambios profundos a todo nivel que debemos estar preparados para adoptar.

 

Conocerse a uno mismo significa aceptar que no podemos con todo, que habrá dificultades, que nos encontraremos ante nuevos desafíos que se nos irán presentando. No podemos elegir cómo nos caerán las fichas, eso es algo que escapa a nuestro control. Los hechos se van dando según lo que determinen los factores externos. Nadie puede hacerse cargo de todo o cargar en soledad con su mochila. Claro que si es “tu” mochila, entonces cabe preguntarse por qué delegaríamos esa responsabilidad en un tercero. Pues bien: A veces hay que reconocer que no siempre podemos hacerlo solos. Debemos aceptarlo, reconciliarnos con el propio pasado, establecer prioridades, aprender a ejercer la tolerancia. De lo contrario, sería lo mismo que un mago o un bufón que siempre repite los mismos chistes. Un chiste causa gracia porque te sorprende, no lo esperás. Cuando aparece otra vez, ya pierde el efecto inicial. También podríamos afirmar que las personas que se reiteran en una conversación son aburridas. No hay nada que nos motive a hablar con alguien que está encerrado en su propio laberinto discursivo, porque ya sabemos con qué speech nos vamos a encontrar.

 

Yo creo que todos podemos obtener un rendimiento mayor a nivel personal si lo planteamos con objetividad y capacidad crítica. No hay forma de lograrlo si no nos sinceramos. Porque de lo contrario, nos estaríamos engañando ante una realidad que no auténtica. Es decir, no es la que nos toca enfrentar. Partiríamos del error, de un diagnóstico equivocado. Entonces, si ya empezamos mal, no parece que lo que resta por venir sea muy promisorio. Contamos con la oportunidad de torcer una racha adversa y de brindarnos una gratificación que vaya por encima de cualquier limitación que tengamos. Eso es lo que nos queda como asignatura pendiente, ir sobrevolando, pasando por alto la mediocridad. Entonces, si conseguimos elevarnos, estaremos alcanzando una instancia completamente diferente. Que superará a todo lo vivido, un momento que será de una dimensión distinta a lo ya conocido. Ese es el desafío a partir del instante en que nosotros deseemos darle volumen y plasmarlo en lo cotidiano. De esta manera ya dejará de ser una expresión de deseo para transformarse en algo concreto y digno de ser recordado como un quiebre, un hito, o como ustedes gusten llamarlo. 

La persistencia de la voluntad es un factor clave para alcanzar una meta ambiciosa. Si no tenemos ese fuego sagrado, esa llama interior, todo se volverá más complicado y tedioso. Al asumir nuestra responsabilidad, nos estamos haciendo cargo de lo que nos toca, tomando las riendas de nuestra vida. Es así como podemos vislumbrar el éxito y fracaso en términos relativos. El límite entre uno y otro se vuelve más difuso. Lo que nos parece un golazo, un triunfo rotundo, puede cambiar rápidamente esa condición para transformarse en un revés inesperado. Es interesante que aprendamos a ver los hechos con este prisma, porque si no fuera así, no podríamos procesar lo que nos sucede y despojarnos de los innumerables prejuicios que son parte de lo que ya todos conocemos.

 Nos estamos viendo pronto. Punto final.

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