Estoy en una etapa
de transición hacia algo superador. Todavía me falta para sentirme al 100
%, pero creo que voy bien encaminado. Es normal frustrarse con facilidad ante
los nuevos obstáculos, aunque eso tiene que ver con la personalidad de cada uno.
Pero lo que rescato es que sigo andando. Hay aspectos que me gustaría modificar
o corregir, pero les aseguro que no es fácil. Y en tal sentido cabe declinar
toda pretensión por ser original. El hecho de no sentirse a gusto con quien uno
es, nos pone en la necesidad de crear una nueva versión de nosotros mismos. Nos
coloca en una posición donde debemos asumir un protagonismo al cual habíamos
renunciado. Y eso nunca es gratis o con costo cero. Demanda tiempo y esfuerzo.
Porque implica realizar cambios profundos a todo nivel que debemos estar
preparados para adoptar.
Conocerse a uno
mismo significa aceptar que no podemos con todo, que habrá dificultades, que
nos encontraremos ante nuevos desafíos que se nos irán presentando. No podemos
elegir cómo nos caerán las fichas, eso es algo que escapa a nuestro control.
Los hechos se van dando según lo que determinen los factores externos. Nadie
puede hacerse cargo de todo o cargar en soledad con su mochila. Claro que si es “tu” mochila, entonces cabe preguntarse por qué delegaríamos esa responsabilidad en
un tercero. Pues bien: A veces hay que reconocer que no siempre podemos hacerlo solos. Debemos aceptarlo, reconciliarnos con el propio pasado, establecer prioridades, aprender a ejercer la
tolerancia. De lo contrario, sería lo mismo que un mago o un bufón que siempre
repite los mismos chistes. Un chiste causa gracia porque te sorprende, no lo
esperás. Cuando aparece otra vez, ya pierde el efecto inicial. También
podríamos afirmar que las personas que se reiteran en una conversación son
aburridas. No hay nada que nos motive a hablar con alguien que está encerrado
en su propio laberinto discursivo, porque ya sabemos con qué speech nos vamos a
encontrar.
Nos estamos viendo pronto. Punto final.
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