Domingo fresco pero soleado en Lobos, después de la lluvia
de ayer. Hola amigos, quizás en mis últimas notas tracé un panorama demasiado
pesimista de lo que nos toca vivir, pero no puedo permanecer ajeno. Sin
embargo, creo que el rol del periodismo, entre otras cosas, es el de ser
crítico pero ecuánime, es decir, equilibrado. De lo contrario, me traicionaría
en mis convicciones y terminaría escribiendo un pasquín oficialista. Lo que
está bien hecho en materia de políticas públicas o gestión de gobierno, debe
ser valorado, pero no le corresponde un mérito a ello (sean del partido que fueren), puesto que así es como debe ser y para eso son elegidos. Las acciones
solidarias o sin fines de lucro, como la Fiesta del Día del Niño que estamos
viviendo hoy en la Plaza 1810, sí merecen todo mi reconocimiento, porque hay mucha
gente colaborando sin cobrar un peso y dedicando parte de su tiempo para que los chicos tengan un día
distinto.
La corrupción, el
nepotismo, la malversación de fondos, no sólo merecen ser repudiados por la
sociedad, sino por quienes tenemos una responsabilidad como informar. Denunciar
cualquier cosa no es “periodismo de investigación”, porque dicha denuncia debe
estar sustentada y fundamentada con pruebas y documentación que deben ser
presentadas a la Justicia antes de la difusión por los medios. Los periodistas
no tenemos el poder de encarcelar ni condenar a nadie. Y por lo que puedo ver
en medios que se dicen “serios”, se condena al imputado por televisión, no se
respeta el principio de presunción de inocencia, dado que toda persona es
considerada inocente hasta que la Justicia le aplique una condena por un
delito. No es del todo cierto que somos “formadores de opinión”, porque la
gente opina lo que se le da la gana y no necesita que nadie le marque agenda.
Lo hace según sus principios o su escala de valores. La prensa va adaptándose a
una nueva realidad en la cual la gente lee cada vez menos, los diarios en papel
están en crisis, y toda esta histeria de
Facebook y Twitter le puede hacer pasar un mal momento a cualquiera.
Ya hubo una transición importante, de la máquina de escribir
a la computadora, pero debo decir que a mí me ayudó aprender mecanografía en el
colegio porque puedo escribir sin mirar el teclado. Eran clases un poco
aburridas, donde el profesor iba dictando y uno escribiendo con la máquina, y
por supuesto las letras de las teclas debían estar tapadas con cinta o algún
elemento adhesivo, de lo contrario no tendría sentido escribir mirando la
composición del teclado. Uf, y después, escribir por duplicado, con el papel
carbónico, otra antigüedad que aprendí. Todavía conservo la vieja máquina
Olivetti en algún lado, ya para esa época (1996), eran modelos livianos y portátiles,
que venían en un bolso similar a una mochila. Muchos conocimientos que fui
incorporando y que en aquel momento me parecían inútiles, a posteriori me
terminaron sirviendo para algo. Claro está que dependía mucho del profesor y de
su capacidad para enseñar. Eramos pendejos, jodíamos en clase como lo hace
cualquier adolescente, pero no al nivel de lo que se puede ver en un aula hoy.
Es duro poner orden y disciplina en el salón cuando los chicos ven que fuera de
la escuela “vale todo”, entonces no entienden que hay un ámbito en el cual
ciertas cosas no están permitidas, desde el uso del celular, hasta cualquier
cosa que se les ocurra pensar. Por eso, como me dijeron con gran sentido común
alguna vez, “la escuela es un espejo de la sociedad”. Punto final.