Uno de los
grandes dilemas que atraviesa la historia de la humanidad desde sus orígenes,
es que no puede aceptar su propio final. Nos cuesta hablar de la muerte, ni la
podemos mencionar. Es un proceso natural. Es lógico asociarla al dolor, al olvido, al sufrimiento. A mí
también me pasa algo parecido, me cuesta referirme a ella, y quizás sea porque
pocas veces en mi vida he experimentado una pérdida cercana. Nos preguntamos
qué pasará con nuestros hijos cuando nosotros no estemos, adónde irán a parar
nuestras colecciones de libros u objetos de valor, quién irá a nuestro funeral. La fuerza
de la vida es la que nos motiva a seguir adelante ante la certeza de lo
irremediable. Esta nota no tiene un comienzo muy alentador, como podrán
comprobar, pero todo es parte de lo mismo.
Pasan los años y creemos que no hemos logrado demasiado, vamos aceptando que ya no nos queda espacio para ser personas talentosas o superdotadas, a que seremos uno más de la manada que sucumbirá en ese día opaco y oscuro. Por supuesto, las religiones ofrecen consuelo ante estas dudas existenciales, con mayor o menor grado de eficacia. La salud tiene factores de riesgo, que los propios médicos conocen, y sabemos que si adoptamos determinados hábitos corremos el peligro no llegar a la longevidad
Mis aspiraciones
son modestas: Me gustaría ser recordado como una buena persona, y los que me conocen
saben que reúno esa condición, más allá de todos mis defectos y desaciertos.
Nunca me gustó hablar mucho de mí, pero prefiero hacerlo yo antes que lo hagan
los demás tergiversando la realidad. Siempre actué de acuerdo con mis
convicciones, aunque algunas veces tuve que tomar decisiones sin estar del todo
convencido de ellas. Cuando tenés poco margen para pensar, y hay que adoptar
decisiones rápidas y urgentes, no solemos disponer de muchas alternativas. Sólo
nos queda elegir por el mal menor. Decir “nunca me traicioné” suena muy pretencioso,
todos nos traicionamos alguna vez cuando renunciamos a nuestros sueños, cuando ya nos sentimos derrotados antes de subirnos al ring, cuando no nos damos la oportunidad de
asumir un riesgo para recibir un potencial beneficio. La mirada retrospectiva
es selectiva y está teñida de indulgencia. Recordamos aquello en que nos vemos
favorecidos según nuestra propia versión y hacemos la vista gorda ante
episodios vergonzantes, metidas de pata, y demás.
Todos hemos
tenido en algún momento la sensación de que se nos pasó el tren, de que hemos
estado bregando por aspiraciones que nunca llegan. Las expectativas que cada
persona pone en sí misma son diversas, pero lo que hace la diferencia es la
capacidad de concretarlas. Si actuamos con convicción, el objetivo estará más cercano
ante nuestra mirada. A esta altura de mi vida, he reconsiderado mis
prioridades: No me interesa renegar ni discutir con nadie, y menos por
boludeces. Pocas cosas son realmente importantes como para ameritar una
discusión o una situación de conflicto. Es más fácil darles la razón a los
necios y que ellos se sientan a gusto con su ignorancia antes que caer en una
refriega inútil. Lo que a mí me importa en esta etapa es ser un mejor
profesional, interpelar a quien me está leyendo con argumentos sólidos, brindar
un espacio para el debate y el pensamiento.
Hay quienes se
organizan para pensar en qué hacer en su tiempo libre, y ese tiempo no es el
mismo para todos los individuos por la jornada laboral de cada uno. Yo lo
dedico a tomar unos mates, a leer, escuchar música, a aprender dentro de todo
lo que hay disponible en la Web. Y cuando siento que estoy estancado, salgo a
caminar o doy una vuelta en bici. Hoy me hice 6 kilómetros. Como les decía, ninguna
sensación es más desalentadora que la de estar estancado, al menos para mí,
porque implica la imposibilidad de avanzar. Subyace algo que nos impide salir
del atolladero. Pero siempre se puede, esa sería la versión positiva de esta
historia. Como decía antes, no todos manejamos los mismos tiempos, hoy se dio
la circunstancia de que tenía que hacer una cobranza cerca de la Ruta 205 y mi
único medio de movilidad es la bicicleta. En un principio me pareció que se me
iba a hacer farragoso porque arranqué a pedalear con todo el ímpetu, pero
cuando terminó el asfalto y empezó el tramo de calle de tierra fui regulando.
Hay muchos pozos y charcos que permanecieron de las últimas lluvias, y no tenía
ningún apuro en llegar a destino. Lo único que me molesta es que siempre me dan
un cheque por una suma ínfima, y cambiarlo es una tarea complicada. Quedaba la
opción de cobrarlo en el banco, por supuesto, pero no tenía ganas de comerme
una larga cola en hora pico para cobrar unas pocas monedas. Finalmente encontré
alguien que aceptó cambiármelo, y con ese dinero pude saldar las deudas que
tenía. Fue un buen gesto. Y a esas gauchadas yo las sé valorar. Bueno amigos,
ya les di demasiada “lata” por hoy. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
No hay comentarios.:
Publicar un comentario