1 de noviembre de 2005

AUTOS, JETS, AVIONES, BARCOS


De vez en cuando se hace imperioso salir de la monotonía. Por eso la gente decide recrearse de los modos más diversos. La industria sin chimeneas, denominación bastante errática para referirse al turismo, surge de la necesidad del hombre de gastar su dinero fuera de los límites de su ciudad, provincia o país. Pero a su vez, esa vocación de viajar está asociada no sólo con el placer que implica contemplar paisajes agrestes, degustar manjares, ejercitar las carnes en un gimnasio con vista a los Alpes suizos o relajarse en un apacible jacuzzi. Hay gente que asocia el acto de viajar a un distanciamiento no sólo en términos espaciales, sino en términos de nuevas perspectivas a futuro. Tomar distancia implica un inexorable alejamiento, que en algunos casos deriva en un cambio de mentalidad. Uno no vuelve a ser el mismo después de un viaje a la India o a la Quebrada de Humauaca, se supone.. ¿o es acaso ésta una visión excesivamente idealista y romántica de lo que implica un viaje?
Por lo general, se traza una distinción entre lo que constituye un viaje “de negocios” -excusa barata que según el cine de Hollywood funciona de maravillas para esposos infieles- y un viaje “de placer”. Lo cierto es que ambas acepciones se presentan como alternativas para alejarse del sitio en el cual uno reside, más allá de las razones que motiven la travesía.
Viajar al exterior es una experiencia que depara ingratas peripecias para quien acomete tal empresa por primera vez. Como ciudadanos del Tercer Mundo, nos vemos obligados a peregrinar embajadas y consulados, llenar interminables formularios para obtener una visa ante la representación diplomática correspondiente, a sabiendas de que la obtención del preciado documento no garantiza en modo alguno el ingreso al país de destino pero sí opera como eficaz filtro para desalentar por todos los medios posibles a un buen número de advenedizos y buscadores de fortuna en tierra ajena. El monto que debe abonarse por tramitar un visa suele ser alto, se paga en dólares, y además no es reembolsable. Si el país escogido es Estados Unidos o similar, se deberá además (una vez arribado al puesto inmigratorio correspondiente, ya sea por mar, tierra o aire) recordar sin ningún exabrupto el noble invento de nuestro compatriota Vucetich y dejar que nuestro dígito pulgar derecho descanse unos segundos en una máquina lectora de huellas digitales. Luego nos tomarán una fotografía, y seremos sometidos a un breve pero exhaustivo interrogatorio acerca de los motivos de nuestra visita.
La importante, más allá del lugar en el cual decidamos posar nuestros pies, es que cuando finalmente nos toque regresar, sintamos que algo de nosotros ha permanecido allí, en esa playa, en esa carretera desierta, en ese puñado de hojas resecas que crujió bajo nuestros pies helados.

A la vuelta de la esquina

  Mitad de semana en la ciudad. No sé qué les pasará a ustedes, pero yo ya no me preocupo tanto como antes respecto a situaciones que aparen...