24 de enero de 2006

¿DE CARNE SOMOS?




¿Quién en su sano juicio podría suponer, en esta Argentina post-devaluación y post-default, que en algún sitio de este bendito suelo se podía comer hasta la saciedad por $ 3,50? Sin embargo, aquel prodigio fue posible alguna vez, en los años “dorados” de la convertibilidad y del menemismo. Demás está decir que el gobierno de Menem no goza de mi simpatía, y que las avivadas y los delirios de grandeza de aquellos años trajeron como consecuencia este aciago presente que nos toca afrontar.
Tenemos en la fotografía adjunta a este texto, un vivo ejemplo de lo expuesto precedentemente: se trata del mítico “castillo” –nombre con el cual es conocido- de Cañuelas. Arquitectónicamente, se trata de un verdadero adefesio, y nadie sabe a ciencia cierta los propósitos con los cuales fue concebido en sus inicios.
Parada obligada de camioneros y transportistas, se transformó en un sitio emblemático, casi sin esfuerzo, por el sólo hecho de ofrecer un menú atractivo a un precio accesible.
Nótese que hoy, para comer decentemente –esto es, con bebida y postre- en cualquier parrilla de medio pelo se necesita una suma que oscila entre 20 y 25 pesos.
“Comer afuera”, un pequeño placer que ocasionalmente se daban los individuos de la clase media y de estratos superiores, resulta cada vez más prohibitivo. Supongamos que el jefe de la familia tiene en su poder los 20 o 25 denarios exigidos para degustar una parrillada o manjar similar. Si quiere hacer partícipe de la velada a su esposa e hijos, ¿Cuántos billetes deberá desembolsar nuestro asalariado? Entre 80 y 100 pesos, si hablamos de una familia tipo. Conclusión: mejor quedarse en casa, hacer un pollo a la parrilla y hacerle pito catalán a los agoreros que pretender crearnos una psicosis con la tan mentada gripe aviar, un tema del cual se habla mucho pero se sabe poco.
Una ocasión venturosa amerita un brindis, un asado en un buen restorán, o al menos una módica cerveza. Pero vemos como la inflación carcome diariamente nuestros magros ingresos, los comerciantes se encogen de hombros, los empresarios e industriales se reúnen con el Presidente, y tras varios conciliábulos anuncian con bombos y platillos rebajas en alimentos de primera necesidad, que –pequeño detalle- se harán efectivas en hipermercados de la cadena Coto, Jumbo y similares. O sea, locales totalmente ajenos a la geografía lobense, donde todavía predominan los almacenes, despensas y autoservicios. Razón por la cual no podremos acceder a las rebajas de precios que fueron oportunamente anunciadas.
Creo que el tipo que trabaja denodadamente durante todo el mes para procurarse el sustento merece, al menos, la posibilidad de distenderse tomando una cerveza con sus amigos, jugando al pool, al sapo, al PRODE (¿Existe todavía? ¡Qué antiguo!) o a lo que le plazca. ¿Qué satisfacción puede encontrar nuestro proletario (término acuñado por Carlos Marx y su socio Engels) en el providencial hecho de que le concedan con cuentagotas las vacaciones que le corresponden por derecho, cuando no tiene la menor posibilidad de destinar ese tiempo al ocio y a las actividades que le son gratas a su espíritu?
Días pasados, revolviendo papeles viejos para proceder luego a su posterior incineración -tranquilos, no soy un pirómano- encontré una moneda de 1 centavo. Durante varios segundos me detuve a observar ese mísero adminículo de tono cobrizo, sin mayor utilidad para el ciudadano común excepto que éste sea aficionado a la numismática y desee sumar a su colección ese exabrupto de la Casa de Moneda. Una vez más recordé, con un dejo de nostalgia, aquello que me enseñaron en mis clases de Contabilidad, acerca del valor real y el valor nominal.
¿Qué podemos hacer como consumidores para cambiar este estado de cosas? ¿Resignarnos a ver cómo se derrumba un estilo de vida que supimos conseguir y que hoy quieren vender como un privilegio? El tipo que quiere hacer un asado el domingo no es un millonario, señores. Es una persona que quiere degustar, aunque sea una vez a la semana, un trozo de la gloria perdida que hoy se consume los más selectos restaurants de Europa, pues no es un secreto para nadie que los mejores cortes de carne son destinados a la exportación, mientras los empresarios del sector se rasgan las vestiduras cuando el gobierno decide aplicarles las tan mentadas “retenciones”.

A la vuelta de la esquina

  Mitad de semana en la ciudad. No sé qué les pasará a ustedes, pero yo ya no me preocupo tanto como antes respecto a situaciones que aparen...