17 de junio de 2006

NO CULPES A LA NOCHE











Ibamos con dos amigos a bordo de un Volkswagen Gol, recorriendo las calles de la ciudad, en lo que aparentaba ser una noche de viernes cada vez más aburrida, pese a que en aquel entonces la gente todavía tenía guita como para gastar un viernes cualquiera, aunque más no sea para tomar algo. Una densa niebla impedía distinguir a cierta distancia los contornos de los objetos más elementales, como una columna de alumbrado o la silueta de un árbol. Los vidrios del auto no tardaron en empañarse y uno de mis amigos, a falta de algo mejor, empezó a dibujar boludeces con el dedo. Recorrimos las principales calles del Centro, con la calefacción del auto a pleno para paliar las gélidas temperaturas y observando el panorama desolador que se presentaba ante nuestra vista.

 Si bien hace varios años que permanecía así, me impactó el enorme predio desierto ubicado en la esquina de Salgado y Pedro Goyena, en el cual solía haber una estación de servicio YPF y tiempo después, durante años, yació una Rambler Rural que cada día parecía estar está más cerca del desguace.

No pude evitar pensar que aquella estación de servicio tan elegante y bien provista  le daba vida a una esquina de nuestra que frecuentaba cada vez que iba a la escuela porque desde mi casa le pegaba derecho por la Salgado hasta doblar en la calle San Martín y de esta formar llegar al Colegio Comercial. En fin, como les mencionaba sin temor a equivocarme podría decir que  pasaron más de 15 años durante los cuales la otrora YPF quedó está sumida en la decadencia y en el abandono. Lo que más recuerdo es que había una especie de Free Shop, con CD´s importados, cigarrillos, y hasta un videoclub. Ya no queda nada de eso porque, como todos sabemos, se construyó un edificio de departamentos.

 Pero casi de inmediato vino a mi mente otra reflexión, con un sesgo más amplio que la anterior. Descubrí, sin demasiado esfuerzo, aun en 2006 y teniendo en cuenta lo que comentaba sobre la plata que se podía gastar, la noche se Lobos se fue reduciendo a su mínima expresión. Recuerdo las épocas, no tan lejanas, en las que El Club Café solía abrir los jueves. Era “la previa” del fin de semana, con todo lo que ello implica, y si bien los compromisos laborales o escolares que uno tenía en aquel momento no daban para un exceso de alcohol, uno se las arreglaba para hacer de la noche del jueves un alegre pasatiempo, un entremés metafóricamente hablando, un plato de entrada con el cual se iba anticipando el plato principal, la noche del sábado. Y bueno, ya que estamos, quién no recuerda los viernes con el boliche Nivel 1 en el pico de su popularidad, o los domingos con Kabak renaciendo de sus cenizas, a mediados de los '90.

Lobos vivía en 2006 una suerte de “boom” comercial, tal como diéramos cuenta en un artículo que fue publicado anteriormente. Pero esa tímida prosperidad –limitada, por supuesto, a ciertos sectores- no tiene su correlato en los locales de esparcimiento nocturno. La apertura de “El Cubano”, un par de años atrás, otorgó en su momento una brisa de aire fresco y reactivó un sector del centro que había sido completamente relegado.

Hoy, una módica cerveza y los nunca bien ponderados “tragos” se ofrecen a precios un tanto desproporcionados para los magros ingresos de chicos y adultos. En 2006 con 10 pesos te tomabas en un bar dos cervezas (de 750 ml) y se acababa la joda... el bolsillo ya no daba para más.

Para evitar cualquier tipo de interpretación errónea, creo son varios los ingredientes que hacen a algo tan sencillo pero tan complicado de conseguir como “pasarla bien” un sábado a la noche. Un par de buenos amigos, ya son un buen comienzo. Conocer alguna señorita si se presenta la ocasión, escuchar música que se nota que fue seleccionada por un DJ y que no es la bosta que empezó a sonar por aquellos años de juventud.

La noche de Lobos es chata, aburrida y mediocre por donde se la mire, y lo peor del caso es que no es algo de no se pueda resolver. Estoy seguro de que la gente que en su momento llenaba las instalaciones de “Aquelarre”, el mítico pub de Buenos Aires y Arenales donde ahora hay una verdulería o algo así, aún no ha encontrado un lugar que se le parezca, ni siquiera remotamente. Vale decir que el público que se concentraba en esos lugares “under”, por llamarlos así, no encuentra -hoy por hoy- otro sitio que resulte afín a sus intereses y expectativas. Qué bueno sería, entonces, que pudiera existir un bar en el cual las bandas toquen sin culpa, con músicos de verdad y no haciéndolo sobre pista pregrabada. Sin la amenaza de los vecinos quejosos y hoscos que tan pronto como ven perturbado su sueño exigen el inmediato el cese de show.

No estoy diciendo que “Aquelarre” haya sido el lugar “under” por excelencia, porque incluso hablar en Lobos en esos términos suena casi a chiste, a un despropósito. Pero sí estoy convencido de que faltan espacios como ésos, y falta también volver a épocas en las cuales no era necesario colocar a la entrada de los locales carteles restrictivos, al estilo de “se prohíbe el ingreso con visera o gorra”, o el más diplomático “la casa se reserva el derecho de admisión”. Si todos fuéramos capaces de ser centrados y ubicados, de aceptar y comprender los códigos que imperan en cada lugar al cual vamos a ingresar, nadie tendría que decirnos que por tal o cual motivo se nos prohíbe la entrada al local, pues nosotros mismos nos daríamos cuenta de tal situación. Pero eso sería tema para otra nota, que seguramente no tardará en caer. Punto final.


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