28 de diciembre de 2006

RAZONES PARA SONREIR


Tenía ganas de escribir un post antes de que terminara el año. No es que uno tenga en este momento muchas ideas que ameriten su publicación, pero siempre es bueno no perder el contacto. Un amigo, fiel seguidor de este blog, me hizo notar días pasados mi tendencia a quejarme demasiado de las cosas. Y efectivamente, así es. Por eso este artículo está destinado a enunciar algunas cosas que me gratifican.

Me llena de satisfacción que en esta Nochebuena –contra la que tanto he despotricado- se hayan comunicado conmigo las personas que yo quería que lo hicieran, y no meros saludadores profesionales. Me gusta disfrutar la brisa cálida de las tardecitas de verano, sentado a la mesa de un bar mientras disfruto de una cerveza helada o me sumerjo en la lectura de los diarios. Me encanta dormirme escuchando un buen disco. Me atrae la posibilidad de descubrir la belleza de los edificios más burocráticos y antiestéticos. Me place tipear cualquier boludez que se me ocurra en el buscador Google y saber que siempre voy a encontrar algún sitio web que se relacione con mi búsqueda, aunque más no sea remotamente.

Siguiendo con esas cuestiones, me agrada muchísimo saber que los internautas contamos con una magnífica enciclopedia virtual como Wikipedia (superior incluso a la Encarta) y saber que en ella encontraremos casi todo lo que estamos buscando.

Es, desde luego, un hecho significativo para mí el saber que hay gente que lee lo que escribo y que está dispuesta a prodigarme el elogio más sincero o la crítica más descarnada. Tengo ahí otra razón más para sonreír.

Como comentáramos con un amigo durante una de nuestras habituales caminatas por el parque, nos llena el espíritu encontrar pequeñas verdades escondidas en las páginas de un libro de un autor olvidado, engancharse con un programa de TV que evidencie un esfuerzo de producción, o escuchar un buen tema (recomiendo girar la perilla del dial de la AM hasta dar con una voz cálida y que tenga algo coherente para decir), lo cual nos brinda esa sensación tan particular de que eso que estamos disfrutando no es para cualquiera. Y no es porque seamos "los elegidos", pero convengamos que no todos están en condiciones de entender los códigos que maneja el autor -en el caso de un libro o de un programa- o el artista -en el caso de una obra- para exponer el fruto de su talento. Sentimos que con esos guiños, con esa mirada cómplice en el tratamiento del mensaje a transmitir, nos está hablando a nosotros. Es, en suma, un halago a la inteligencia. Porque anda mucho piojo resucitado que por tener billetes en el bolsillo cree que puede disfrutar de esos artistas únicos. El buen gusto no se vende en ningún quiosco; la inteligencia, tampoco.

Siempre hay una buena excusa

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