Las Fiestas de Navidad y Año Nuevo suelen ser, invariablemente, una cagada. La hoguera de las vanidades (gracias Tom Wolfe por la frase). La muestra más cabal e inobjetable de la hipocresía de la sociedad argentina. Y son unas de esas celebraciones que hacen que la sidra y el pan dulce tengan su razón de ser.
No es extraño que en vísperas de Navidad y Año Nuevo, o incluso en los días previos, se comuniquen con vos familiares y parientes que han tomado la precaución de desaparecer durante el resto del año y borrarse olímpicamente de cuanto compromiso debieran asumir. También te llegan mails y mensajes de texto de personas que supieron ser amigos, luego bajaron a la categoría de simples conocidos, y hoy no son nada. Los boliches (perdón….”el” boliche, me olvidé que en Lobos hay uno solo) aprovechará la situación para aumentar el valor de la entrada como viene sucediendo invariablemente en los últimos cuatro años. Todos fingirán ser felices y dichosos por unas horas. Cena, brindis, un petardo lanzado al aire y a dormir.