Tengo un amigo que es de Lobos pero actualmente vive en Puerto Madryn, y que solía interesarse mucho por la política internacional. Debo reconocer que yo siempre tuve una mezcla de pereza y dificultad para comprender el modo en que se producen los procesos políticos en otros países. Por la televisión me entero diariamente de que Europa está atravesando por una crisis de consecuencias aún impredecibles. Lo que sucede es que la mayoría de los argentinos tenemos la sensación de que todo lo que pueda padecer cualquier país europeo no se parece ni remotamente a la crisis que nos tocó vivir aquí en 2001/2002. Niños desnutridos, saqueos, millones de personas sin empleo, una devaluación feroz y brutal de la moneda, el aumento cotidiano de los alimentos, eran moneda corriente por aquellos años. Y sin subestimar lo que está ocurriendo en el Viejo Continente, yo no creo que los europeos lleguen a ese extremo. En principio, durante la crisis la Argentina no recibió ningún tipo de rescate financiero externo, al menos que yo sepa. Ya desde antes, allá por el 2000, se le había negado el acceso al crédito y el infame ministro Cavallo deambulaba por los pasillos del FMI mientras sus viejos compañeros de usura le daban vuelta la cara. Quizás por eso me cuesta ver a la crisis europea en su verdadera dimensión. Pero, si nos ponemos a pensar, los argentinos tenemos la peligrosa sensación de que lo que nos pasó a nosotros siempre fue más grave que lo de los demás. Como si fuéramos los mejores incluso en las desgracias. De algún modo sentimos que, a pobres y humillados no hay nadie que nos gane.
Ahora asistimos a un escenario post-electoral, y muchos se resisten a escuchar la palabra más prohibida por los foros oficiales: ajuste. La eliminación de los subsidios (algo impensable en los años de prosperidad de Kirchner) y la reestructuración de Aerolíneas Argentinas son tan sólo la punta del ovillo. La Presidenta procedió con gran oportunismo al tomar estas medidas luego de su contundente triunfo: tiene todo el respaldo de las personas que la votaron, más del 50 %, y todavía ni siquiera asumió su nuevo mandato. Ese respaldo le otorga "legitimidad" para tomar medidas impopulares o que en otro momento generarían un fuerte rechazo. Creo que este Gobierno va por más en la reducción del gasto, pero como dije en un post anterior, quienes votaron este modelo deberán hacerse cargo de haber puesto la boleta en la urna y llamarse a silencio. El voto no es joda, y quienes se lo tomaron como un mero trámite para seguir con una supuesta bonanza económica tienen la obligación moral de asumir el compromiso del gobierno que eligieron. Porque si no es así, nunca vamos a madurar como una sociedad democrática, y nos seguiremos siendo una nación fragmentada, donde a nadie le importa nada de nadie. Punto final.
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