Jueves por la noche. Hoy me siento cansado del diario trajín, pero me propuse actualizar el blog porque si no lo hacía con prontitud, me iba a dar más pereza aún. Por supuesto que, como ustedes saben, no me llevo ni un mango haciendo esto, pero lo tomo como un “ejercicio obligatorio” para ir mejorando y (si se puede) indagar en nuevos enfoques.
Por lo tanto, siempre ha sido para mí un espacio para pensar la realidad. Estoy tratando de quejarme menos, si bien las noticias que vemos en los diarios y en la tele parecen ofrecernos todo el tiempo motivos para hacerlo. Pero en mis últimos posteos, cuando los volví a leer, noté que estoy demasiado renegado de las cosas, muchas de las cuales nunca lograré cambiar. Y hoy más que nunca, debemos entender que muchas decisiones no dependen de nosotros, aunque nos afecten el bolsillo, como está ocurriendo con la escalada del valor del dólar, por citar un caso.
Todos quieren que sus hijos vayan a la universidad y se conviertan en ingenieros o abogados, y no está mal esa aspiración paterna en la medida que no genere presión y frustración. Porque en esta vida, aunque resulte cursi decirlo, debemos tratar de hacer lo que nos gusta y vivir de ello. Y no necesitás un diploma en un cuadrito colgando de la pared para serlo. Hablando de cuadritos, si tu hijo tiene talento para el dibujo o las artes plásticas, no lo tomes como un vago, dale incentivos para seguir. Es admirable la capacidad que tienen las personas sencillas para ser felices, para compartir la mesa con sus amigos, para disfrutar de un partido de fútbol por TV. Como periodista, nunca aspiré a ser masivo, ni a que mi opinión sea replicada por miles de lectores. Quizás ser influyente es bueno, pero si lo llevás a determinado nivel se vuelve una carga muy pesada. Puedo lograr que alguien apruebe o no mi manera de ver la cosas, pero no es el objetivo principal que me motiva, en definitiva lo único que vale rescatar es que aquel que lea una nota mía o lo que fuere, haga el análisis que desee.
Mientras redactaba estas líneas, reflexionaba acerca de la necesidad de "bajar un cambio" y no dejarnos llevar por todo lo que nos dicen desde la pantalla del celular, con los interminables chats de WhatsApp que se viralizan y que ni sabemos a quiénes pertenecen. No porque no sea verdad, sino porque son cadenas interminables de gansadas, en su gran mayoría, y en todo caso no está a nuestro alcance resolver nada. Menos aún en un pueblo chico cuando se trata de una conversación privada o de algún video “hot” que se filtra o sea hace público por la indiscreción de una de las partes. Punto final.