9 de abril de 2014

Ladrillos (parte 2)

Estoy convencido de que es mejor darse cuenta de aquello que es decididamente "malo" que lo "mediocre". El diccionario de la RAE, en su primera acepción, define a mediocre como "de mediana calidad", o de calidad media. Partiendo de esta definición, uno podría aseverar que hay pocos hombres y pocas obras que alcanzan la excelencia. Por otra parte, ¿Quién se siente en la autoridad de decir que algo es excelente, cuando se trata de un juicio de valor meramente subjetivo?

Retomando las líneas iniciales, lo que es malo (una película, un programa de TV, una canción), no confunde. Es una ofensa al buen gusto y rápidamente pasará al olvido. Pero lo mediocre...es otro tema. Abunda demasiado, se consume demasiado, y (lo que es más preocupante), a menudo se "mimetiza" con algo de cierto vuelo artísitco del cual carece por completo. Hay un libro excelente que aborda esta cuestión, y es "El hombre mediocre", del filósofo positivista argentino José Ingenieros. Lo concreto es que, a riesgo de ser reiterativo, estamos rodeados de mediocridad. 

Estas consideraciones no las afirmo desde un pedestal, como si yo fuera un "iluminado", sino desde la convicción de que se van transgrediendo los límites de la calidad de un producto de consumo sin ningún sentindo, por el sólo hecho de generar rating o repercusión en las redes sociales. Ojalá que alguien se sienta identificado con lo que acabo de exponer. Punto final.

Antes de apagar la luz

Jueves por la tarde en la ciudad. Si me pagaran por escribir acá, seguramente el resultado sería más provechoso. O en todo caso, me exigiría...