La realidad nos abruma y nos agobia con más frecuencia que lo habitual. Creemos que sólo aquello que vemos en los portales de noticias, o en la tele, es lo único que ocurre en el lapso de un día. O, mejor dicho, se trata de un "recorte" de lo real que hacen los grandes medios en función de distintos intereses. Hay muchísimos portales de Internet que brindan información más relevante y esclarecedora que un noticiero de tevé a las cinco de la tarde. Es cuestión de buscar, y de no quedarse en una actitud pasiva, dejando que nos den todo "masticado". Como periodista, tengo el compromiso cotidiano de brindar toda la información disponible, y no tergiversar los hechos, porque eso significaría inducir a los lectores para que piensen según lo que a mí teóricamente me conviene. Más allá de la carga de subjetividad que cada uno tenga, el que termina formándose un juicio de valor sobre ese hecho que es informado, siempre es el lector. Lo que nunca me gustó, debo decir, es que la sociedad deposite una carga bastante pesada sobre la prensa, al exigirnos que investiguemos, que chequeemos un determinado dato, porque yo no le digo a nadie cómo tiene que hacer su laburo, por lo tanto no me gusta que se metan con el mío. No es tan difícil de entender, me parece.
La
mayoría de nosotros, en algún momento del día, nos quejamos de algo, ya sea
porque no nos salió bien, o porque lo consideramos una injusticia, como que nos
brinden un trato que –creemos- no nos merecemos. Y a medida que te vas haciendo
viejo, más motivos encontrás para quejarte. A mí me pasa con frecuencia. El
meollo del asunto es que nadie quiere escuchar a alguien que expone ese tipo de
planteos todo el tiempo. Sólo lo hacen los psicólogos, porque les estás pagando
y porque tienen una formación profesional que, en el mejor de los casos, te
permite canalizar ese malhumor en una dirección distinta. Esto lo estoy
diciendo ahora porque estoy tranquilo y puedo razonar mejor, pero si tengo un
mal día, me vuelvo intratable. Cuando es al revés, es decir, que alguien se
queja excesivamente conmigo, es una sensación similar a mirarme al espejo. Ese
sujeto rompebolas soy yo, en la piel de otro.
Mucha gente que hace grandes esfuerzos para estudiar y trabajar a la vez, personas de mediana edad que bien podrían estar sentados en el sofá y todavía tienen las ganas y la voluntad de acceder a un título, de cumplir el sueño de terminar una carrera. Si uno logra ser un poco más tolerante ante las boludeces que debemos soportar a diario. No es fácil para mí, se los aseguro, pero el resto de la sociedad no tiene la culpa de que a mí me moleste tal o cual cosa. Por supuesto, hay reglas elementales de convivencia, y cuando se transgrede ese límite, ya estamos hablando de otra cuestión, porque alguien está vulnerando nuestros derechos con el maltrato y la violencia. Pero eso ya constituye un tema que llevaría más espacio que el texto que aquí nos convoca. Punto final.