Calurosa tarde de domingo en Lobos. Anoche salí con una
amiga, y pude constatar que la mayoría de los bares y lugares céntricos, siendo
sábado y no tratándose de altas horas de la madrugada, lucían con muy poca gente. De hecho, en uno de ellos, a
las 2 AM no quedaba casi nadie, y los mozos habían comenzado a entrar las mesas
que estaban en la vereda del local, en una inequívoca señal para que nos
fuéramos. Finalmente fuimos con mi amiga a otro bar, de la 9 de Julio, donde
todavía quedaban unos pocos clientes, pero la mayor parte de ellos eran
personas de cierta edad, lo cual me hace pensar que ya los jóvenes han adoptado
la modalidad de la famosa “previa” antes de ir al boliche. En realidad, eso
siempre existió, y cuando yo era adolescente nos juntábamos en la casa de
alguno de los compañeros de ruta de esa época a tomar algo y escuchar música,
la que realmente nos gustaba y no la que suena en las radios . Por lo general
antes de la hora antes mencionada, cerca de las 2, ya nos disponíamos a ir a
bailar, en cambio lo que sucede ahora es que el horario de más afluencia de
chicos en los locales bailables se ha retrasado considerablemente. Muchos pasan
apenas una hora o dos en los boliches, porque saben que si van antes tampoco
encontrarán a nadie conocido. De manera que pagar la entrada para ingresar a
estos lugares, gastar en un remís o transporte en el caso del nuevo reducto de
la Av. Yrigoyen, se hace demasiado pesado para el bolsillo promedio, además de
resultarme con sabor a poco siendo que ya sé con lo que me voy a encontrar y
que estoy totalmente ajeno a ese peregrinar por las pistas hasta que se
produzca el prodigio de que una chica deje de lado a su grupo de amigas y se
acerque a bailar con vos o a intercambiar un teléfono, algo que ya desde el
vamos debe ser anacrónico porque los millenials se manejan con otros códigos,
que yo suelo desconocer.
Cuando me refiero a “mi época”, parece que fuera un viejo
mañoso y quejoso que se rebela contra lo instituido, pero no es ésa mi
intención. Simplemente, creo que el hecho de tomar un café a cierta hora con un
amigo/a ya parece demodé, y por supuesto que si esta nota yo la hubiera escrito
en 1996 o 1997, pensaría distinto, porque yo era otro, y cambié mis hábitos en función a
las obligaciones laborales que tuve que asumir. Pero como 20 años no son nada,
y para la historia de la humanidad son casi un suspiro, llegará el día en que
la histeria colectiva por el WhatsApp y todas las gansadas de los celulares que
conocemos hoy tengan fecha de vencimiento, y vendrán otros tiempos que no me
animo a aventurar. Punto final.