Se ha dicho hasta el cansancio que estudiar "de memoria" no sirve, que no reporta utilidad alguna a los efectos de que el estudiante pueda -a futuro- tener presente los contenidos que han sido objeto de estudio. Otro desacierto aún peor que el anterior, sostiene que "no está mal estudiar de memoria, lo que no sirve es repetir sin entender". Esto implica que no es válido (a los efectos del aprendizaje) escribir en la hoja conceptos que se retienen de forma transitoria en la mente pero que no han sido comprendidos. Cosa bastante obvia, por otra parte.
Lo cierto es que a mediados de los '90 existió en varias escuelas e instituciones educativas un espacio curricular (materia) bastante confuso denominado "técnicas de estudio", cuyo objetivo era esclarecer esta cuestión que tiene que ver con el modo en que los alumnos deben estudiar.
Hay gente que estudia con la música a todo volumen, en lugares bulliciosos, como bares o cafés; otros lo hacen en compañía de un amigo, hay quien echa mano a métodos más innovadores y modernos como pueden ser el cuadro sinóptico, el mapa conceptual, el nunca bien ponderado "resumen", o el elemental -pero efectivo- recurso de subrayar las ideas más importantes de un texto.
Más allá de que implica un ejercicio mental per se, estudiar se ha vuelto una tarea de creciente complejidad. Los educadores no han encontrado el modo de incentivar en sus alumnos el hábito de leer un texto y -lo que es más importante- en caso de no entenderlo, no se forja en los educandos el hábito de hacer uso de las herramientas necesarias para facilitar la comprensión del mismo, a saber: diccionarios, enciclopedias, tratados de Derecho (si es que se está abordando un material relativo a la legislación impositiva o tributaria, por ejemplo).
Incluso, resulta arduo para un estudiante de estamentos superiores (terciarios o universitarios), encontrar un estímulo, en cada nuevo texto o apunte que el docente pone a consideración de la clase en cuestión. No se trata aquí de poner en tela de juicio la calidad o naturaleza de dicho material, sino la tozudez e insistencia con la cual -por obra y gracia del proyecto que algún docente bienintencionado ha presentado en tiempos remotos- el mismo texto se repite, año tras año, sin solución de continuidad, en la Facultad, Instituto, Academia o como quiera llamársele.
Quien haya atravesado por una experiencia semejante, a nivel de alumno, sabrá a lo que me refiero.
Se equivoca aquel que sostiene que la motivación para estudiar debe nacer pura y exclusivamente del alumno. La motivación es intrínseca, pero el docente debe, en la medida de lo posible, incentivar al alumno, y crear un terreno propicio para que el hábito de estudiar sea menos tedioso.
Estas reflexiones nacen del hecho concreto de que tengo que estudiar, y mi motivación, incentivación, estímulo, o respuesta, es nula.
Las razones para esa actitud exceden largamente el espacio de este comentario, pero en parte están fundadas en lo expuesto más arriba.
Eso es todo. Nos vemos en la mesa de examen.