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8 de septiembre de 2005
LA DECADENCIA DE LA 9 DE JULIO
Alguna vez, la calle 9 de Julio fue una arteria que daba gusto recorrer, aún cuando no hubiera en este trajín otro propósito que no fuera “mirar vidrieras” y ese placer (morboso si se quiere) de ver las cosas que uno no puede comprar. En la época de la "plata dulce", de principios de los años '80 (1980/81), la arteria más "paqueta" de Lobos reunía variopintos locales que vendían baratijas importadas, cual émulo de la calle Florida. Y después surgieron las denominadas "ferias americanas", un antecedente de los maxikioscos que conocemos hoy, pero con pocas pretensiones de glamour: en rigor, eran simples kioscos con golosinas y cigarrillos, en los cuales además se vendían cospeles para hablar por teléfono público.
Hoy, la calle antes mencionada muestra un aspecto deplorable. La campaña electoral en ciernes no hace más que intoxicar la integridad visual de los transeúntes y las chapas de las obras en construcción y frentes de negocios abandonados lucen pegatinas y afiches varios que –concluida la campaña- nadie se encargará de remover. No hay una sola planta o arbusto, ni siquiera un bonsai, como si el hecho de ser una calle de corte netamente comercial impidiera la forestación. No hay nada en ella que nos haga pensar que alguna vez fue el centro de Lobos, en el cual centenares de jóvenes gastaban las suelas de sus zapatos los fines de semana. No existe ya el bar de Perrone, el cine Italiano, hoy devenido en templo de un culto afrobrasileño que arroja a sus fieles a las arsénicas aguas de una pileta de lona como rito bautismal. No existe el bar de Ferrarese. Y mejor ni mencionar al fallido Banco regional del Salado. No existe Mio Cid, ni Calahorra. Desde luego, la desaparición de estos sitios del paisaje urbano no es condición suficiente para señalar la decadencia o la pérdida de vida nocturna de una de las calles más transitadas de la ciudad. Los cambios en las costumbres y en los hábitos de consumo también han hecho lo suyo. Treinta años atrás, los puestos de baratijas que durante los ’90 – aún hoy subsiste un puñado de ellos- inundaban la ciudad bajo la inequívoca denominación de “Todo por dos pesos”, se presentaban con nombres más exóticos. Rótulos sofisticados, pomposos, que disimularan su condición primigenia de comercios de medio pelo, tal es el caso de loque se dio en llamar "feria americana”.
Numerosos desaciertos y tropiezos han contribuido para erosionar el polvo de estrellas de lo que en su momento fue la calle más comercial de Lobos y sus alrededores.
Lo que se conoce genéricamente como “el centro” ha ido cambiando su fisonomía. No soy urbanista, ni arquitecto, ni paisajista, de modo que pido disculpas de antemano si cometo algún exabrupto. Lo concreto es que el centro ha perdido su traza lineal, que iba desde 9 de Julio y Buenos Aires hasta llegar a la Avenida Alem. Hoy se extiende por intrincados recovecos, husmea un poco la esquina de Buenos Aires y Suipacha (La Marina); otro poco la intersección de Castelli y Salgado (El Club Café), y a veces se da una vueltita más under y bohemia por Salgado entre Ayacucho y Rivadavia (Rock N’ Pool y Viejo Lobo), y respira sudor adolescente cuando se detiene en Buenos Aires entre 25 de Mayo y Suipacha (El Cubano).
Así las cosas, sólo nos queda aguardar que alguna autoridad se apiade de esta calle que es patrimonio de los lobenses y le devuelva el brillo y el colorido que alguna vez supo tener. Eso sí: si la van a convertir en peatonal, asegúrense de comprar las baldosas adecuadas.
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