Los motivos por los cuales alguien llega a este blog son tan heterogéneos como insólitos, pero no por ello voy a renegar de esas visitas circunstanciales que recibo. Sé que el hecho de no actualizar el blog regularmente me juega en contra y desalienta a los potenciales visitantes, de manera que no puedo (ni quiero) asumir una actitud arrogante. Vivimos momentos de total confusión, con una provincia como Santa Cruz convertida en un principado kirchnerista, con un gobierno que de buenas a primeras y para ganar el aplauso fácil de la tribuna anuncia que restringirá las importaciones de China, con una oposición que pide al Gobierno que tome medidas que ellos no fueron capaces de tomar cuando tuvieron el poder. Yo me siento a gusto con la música y los libros y por eso la mayoría de mis textos versan sobre esos temas, pero eso no quiere decir que sea un hedonista o un bon vivant. Veo la miseria, el clientelismo, la decadencia de la sociedad argentina que se estupidiza cada vez más con Gran Hermano y con Tinelli, los pendejos que salen a relucir un reproductor mp3 o un celular en lugar de comprarse un libro de Joyce o de Kafka, y que todo se cae a pedazos, y me da por las bolas que me aumenten las cosas que consumo en el supermercado o en el almacén, como a cualquier persona de clase media.
¿Seguiremos decayendo por mucho tiempo más, o tocaremos fondo alguna vez? Alguien me dirá que tocamos fondo en diciembre de 2001, pero yo creo que los indicadores económicos no son las únicas variables que reflejan el crecimiento de una Nación. Con nuestra reserva cultura devastada, con vándalos que se roban placas de bronce, semáforos, alcantarillas y cables de cobre en pleno centro de Buenos Aires, con los hijos de puta de los "abrevalijas" operando sin ningún pudor, resentidos sociales que se creen vivos por robarles las pertenencias a los turistas en el Aeropuerto de Ezeiza, ¿hay margen para ser optimistas?