Los festejos del Bicentenario carecieron de la creatividad y de la planificación que un acontecimiento de esa índole merece. El Bicentenario de EE. UU. fue en 1976. Los yanquis se prepararon 4 años antes para ponerse de acuerdo sobre lo que iban a hacer. Se crearon sellos postales, monedas conmemorativas, y otras cosas más que en este momento no recuerdo. En lo que respecta al Bicentenario Argentino, se pretendió exaltar un supuesto fervor patriótico que no es genuino. Tal vez un fenómeno semejante debería ser objeto de un análisis sociológico. Yo creo que, para expresarlo de un modo sencillo, si hay que celebrar una fecha patria, me parece perfecto, pero que sea de un modo austero. Estos días le fueron útiles al Gobierno para tapar o camuflar muchas cosas, para manipular a la opinión pública y para ganar tiempo antes de pegar el zarpazo.
Si de algo estoy convencido, es que no nos podemos poner de acuerdo ni siquiera en las cuestiones más elementales. Hace unos años anduvo dando vueltas por el Congreso un proyecto para cambiarle el color a la Bandera. Se proponía que fuera de un azul más intenso en lugar del celeste que todos conocemos. No quiero ni pensar que sucedería si alguien presentara un proyecto así en EE. UU. o en un país más cercano como Brasil. ¡Sería inconcebible!
Sigo pensando en 1853, en la figura de Justo José de Urquiza, en la visión de un hombre que puso fin al caos y sancionó una Constitución Nacional que le diera marco a un país en constante alternación.
La historia argentina es compleja y contradictoria: sobre la figura de Rosas, por ejemplo, resulta difícil ponerse de acuerdo. Yo no he investigado en profundidad debo ser sincero. Recuerdo que cuando iba al Secundario no se profundizaba en su gestión, siempre se veía esa etapa de la historia como si nada relevante hubiera sucedido. Hoy, cualquier chico puede ver en un billete de 20 pesos la cara de Rosas y no sabe quién es. Nos cuesta mucho reconocer que no sabemos de algo, porque la sociedad nos exige mostrarnos como personas seguras y de conocimientos amplios. Yo prefiero al ignorante que asume su condición y busca aprender algo, antes que al ilustrado que mira a los demás con un aire de superioridad. Lamentablemente, han pasado 200 años y estamos rodeados de ignorantes e ilustrados que no han aportado absolutamente nada para que vivamos mejor. Unos porque no saben cómo hacerlo. Y otros, porque no les interesa, ya que les basta con su propio bienestar. Mi decidí a redactar este post luego de pensar en todo lo que nos ha pasado, y en los acontecimientos que me tocó vivir desde que nací: la Guerra de Malvinas, la vuelta a la democracia, la primavera alfonsinista, el juicio a las Juntas, y todo lo que vino después que ya es historia reciente. Ojalá algún día pueda ver que algo realmente funciona en Argentina, porque a medida que uno va creciendo siente la dolorosa presunción de que no estará vivo para ver un cambio. Que será la próxima generación, o la que le sigue, la protagonista de la historia. Nosotros sólo estamos de paso y vemos cómo se nos va el tren del progreso. Quizás cuando seamos ancianos, si tenemos suerte en llegar a esa etapa de la vida, veremos que algo está empezando a cambiar. No quiero ser pesimista, pero dudo de que eso suceda. Sólo nos resta seguir trabajando y agachar la cabeza para ganarnos un mango, porque no hay otra manera de sobrevivir.
Si de algo estoy convencido, es que no nos podemos poner de acuerdo ni siquiera en las cuestiones más elementales. Hace unos años anduvo dando vueltas por el Congreso un proyecto para cambiarle el color a la Bandera. Se proponía que fuera de un azul más intenso en lugar del celeste que todos conocemos. No quiero ni pensar que sucedería si alguien presentara un proyecto así en EE. UU. o en un país más cercano como Brasil. ¡Sería inconcebible!
Sigo pensando en 1853, en la figura de Justo José de Urquiza, en la visión de un hombre que puso fin al caos y sancionó una Constitución Nacional que le diera marco a un país en constante alternación.
La historia argentina es compleja y contradictoria: sobre la figura de Rosas, por ejemplo, resulta difícil ponerse de acuerdo. Yo no he investigado en profundidad debo ser sincero. Recuerdo que cuando iba al Secundario no se profundizaba en su gestión, siempre se veía esa etapa de la historia como si nada relevante hubiera sucedido. Hoy, cualquier chico puede ver en un billete de 20 pesos la cara de Rosas y no sabe quién es. Nos cuesta mucho reconocer que no sabemos de algo, porque la sociedad nos exige mostrarnos como personas seguras y de conocimientos amplios. Yo prefiero al ignorante que asume su condición y busca aprender algo, antes que al ilustrado que mira a los demás con un aire de superioridad. Lamentablemente, han pasado 200 años y estamos rodeados de ignorantes e ilustrados que no han aportado absolutamente nada para que vivamos mejor. Unos porque no saben cómo hacerlo. Y otros, porque no les interesa, ya que les basta con su propio bienestar. Mi decidí a redactar este post luego de pensar en todo lo que nos ha pasado, y en los acontecimientos que me tocó vivir desde que nací: la Guerra de Malvinas, la vuelta a la democracia, la primavera alfonsinista, el juicio a las Juntas, y todo lo que vino después que ya es historia reciente. Ojalá algún día pueda ver que algo realmente funciona en Argentina, porque a medida que uno va creciendo siente la dolorosa presunción de que no estará vivo para ver un cambio. Que será la próxima generación, o la que le sigue, la protagonista de la historia. Nosotros sólo estamos de paso y vemos cómo se nos va el tren del progreso. Quizás cuando seamos ancianos, si tenemos suerte en llegar a esa etapa de la vida, veremos que algo está empezando a cambiar. No quiero ser pesimista, pero dudo de que eso suceda. Sólo nos resta seguir trabajando y agachar la cabeza para ganarnos un mango, porque no hay otra manera de sobrevivir.
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