(Texto publicado originalmente en mayo de 2010)
Bueno, el tema es que como vivo a una distancia cercana del Templo, me rompe las pelotas que las campanitas comiencen a repicar a altas horas de la madrugada mientras yo estoy batallando contra el insomnio. Creo que suficiente con las campanadas que resuenan cuando los familiares de algún difunto deciden que el ataúd permanezca en la Iglesia unos minutos para el responso.
No puedo explicar con palabras precisas cómo me siento, pero creo que la inminencia del Bicentenario, el hecho de ver banderas argentinas por doquier, una espíritu nacionalismo que se expande sin explicación y que tendrá continuidad durante el Mundial, me hacen suponer que nada de eso es auténtico. O en el mejor de los casos, se lo ha exarcerbado intencionalmente.
Parece ser que todo el mundo se siente patriota y buen ciudadano por estos días. Inclusive aquellos que tienen sus ahorros bien custodiados en algún paraíso fiscal, fuera del país. Y qué decir de los que viven pendientes de la cotización del dólar y no dejan pasar la oportunidad para hacer un buen negocio sin mucho esfuerzo.
Cuando la euforia colectiva llegue a su fin, y nos demos cuenta de que no estamos en condiciones de celebrar en demasía, ya los temas verdaderamente importante habrán pasado al olvido y percibiremos, tardíamente, que hemos sido estafados por los "espejitos de colores", por los fuegos de artificio, y por una profunda incapacidad para ejercer el pensamiento crítico.
Desde el momento mismo en que anunciaron la parafernalia del Bicentenario intuí que sería una excelente ocasión para que el oficialismo sedujera a la sociedad con un falso fervor cívico. Los festejo en sí mismos están bien, el tema es qué finalidad oculta perseguís con eso.
Como suele suceder, la mayoría se dará cuenta de esto con los hechos consumados. Pero este año, como mencioné antes, tenemos el "plus" del Mundial. Millones de argentinos pendientes de 11 tipos que representarán al país en la máxima competencia internacional. Todos, inclusive los más reticentes, caemos presos de la euforia mundialista, que suele tener vida efímera dado el pobre desempeño de la Selección.
Sinceramente, tanto las campanas de la Iglesia que me indican el paso del tiempo como la hipocresía de los "nuevos patriotas" que se subieron al tren de la Convertibilidad y de la bicicleta financiera, me generan varios sentimientos ambiguos, aunque no haya mucha conexión entre ambos sucesos. Cuando uno está renegado contra el entusiasmo de las masas, cualquier detalle no hace más que acentuar la indignación ante la miopía general.
Sinceramente, tanto las campanas de la Iglesia que me indican el paso del tiempo como la hipocresía de los "nuevos patriotas" que se subieron al tren de la Convertibilidad y de la bicicleta financiera, me generan varios sentimientos ambiguos, aunque no haya mucha conexión entre ambos sucesos. Cuando uno está renegado contra el entusiasmo de las masas, cualquier detalle no hace más que acentuar la indignación ante la miopía general.
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