29 de agosto de 2010

Cómo distinguir lo verdaderamente importante

Es la medianoche del sábado y mientras redacto estas líneas estoy tomando una cerveza Iguana, que no es una de mis preferidas, pero es la única que encontré en el súper con envase descartable. Me molesta terriblemente el trámite de tener que llevar botellas vacías de cerveza a almacenes, despensas y supermercados. Por supuesto, si tengo que comprar unas cuantas botellas para alguna ocasión especial llevo los envases, porque sale más barato. En fin, hoy tuve un día relativamente tranquilo, pero siempre a uno le queda la sensación de que podría haberlo aprovechado más. Es como si fuera una naranja a la que no se le pudo exprimir todo el jugo. La comparación quizás no sea la más acertada, pero es un hecho irrefutable que perdemos demasiado tiempo en cosas que nos fastidian, nos cansan, nos agotan y nos dan bronca. Nunca he sido bueno cuando se trata de discutir, porque me quedo sin argumentos cuando de la discusión se pasa a la agresión. Si en el mundo entero se prohibiera discutir de política y religión, sería un lugar donde las personas discutirían por boludeces que no provocan el más mínimo malestar, como cuál fue el mejor futbolista de la historia.

Cuando una persona expone sólidos argumentos, me motiva a escucharla y a tomar en serio lo que está diciendo. Por ejemplo, yo trato de evitar por todos los medios polemizar con un kirchnerista, y probablemente ellos procedan de igual manera que yo. Nos respetamos, vivimos en el mismo pueblo y podemos tomar un café sin ningún problema, pero no me hables de Néstor y Cristina que bastante tengo con la TV y programas infames como "678".

El día que comprendamos que las cosas que realmente valen la pena en esta vida pueden contarse con los dedos de una mano, se acabarán los debates, las conferencias de prensa, el periodismo obsecuente, y la mediocridad de quienes se creen superiores al resto porque han leído un par de páginas de un libro de sociología. Punto final.

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