9 de abril de 2011

Y un día llegó el humor a Lobos...

Es cierto, tardé en redactar un nuevo post, pero aquí estoy, para los lectores fieles y para los que han llegado de casualidad. Este fin de semana hay mucha actividad en Lobos, entre las Olimpíadas de la Cuenca del Salado y el Encuentro del Humor y la Historieta. En lo personal, este último evento me resulta más atractivo, porque a diferencia de las Olimpíadas, hacía más de 30 años que no se impulsaba una iniciativa semejante. Los dibujantes no son los mismos, y la sociedad tampoco. Se habló mucho de eso en el Encuentro, del mismo modo en que se abordaron temas que generan opiniones encontradas, como la censura, el humor y la política, y si hay un límite dentro del humor. Esto último es sumamente interesante. ¿Se puede hacer humor de cualquier cosa, de tragedias, catástrofes, personas discapacitadas, enfermos terminales, o hay un límite? ¿Quién marca ese límite, el propio ilustrador o el medio para el cual publica sus trabajos?

El planteo, cabe aclararlo, no es original, y muchos humoristas gráficos han sido entrevistados sobre la cuestión. Quizá porque la televisión se ha vuelto tan burda que roza lo tragicómico, y porque se cae permanentemente el golpes bajos, uno siente el temor de que pueda suceder lo mismo con la historieta. Es bueno sentirse libre y expresarse sin ningún tipo de condicionamiento, pero siempre hay algo que nos limite. Y a veces está bien que así sea. No es posible que cualquier persona utilice un medio de comunicación para decir cualquier barbaridad. El humor no puede, bajo ningún pretexto, emplearse como una forma de ofender a una religión, a una raza, a una etnia o a un grupo social. Por supuesto que si me cuentan un chiste "de gallegos" es probable que me cause gracia, pero estamos hablando de otro nivel de agresión, donde se exacerba el cinismo para buscar un efecto humorísitico y una complicidad que el lector no quiere ni necesita para comprender una situación cómica. No puedo asegurar que exista un "humor inteligente", pero sí sabemos que han hechos graciosos que no pueden ser comprendidos por todo el mundo en virtud de que se manejan distintas competencias comunicativas que van filtrando al eventual receptor. Reírnos de una desgracia (sea cual fuere) no nos hace más felices, sino más miserables. Punto final.

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