Con el paso del tiempo, uno va cambiando no sólo su aspecto físico, sino la manera de pensar. Por lo general, nos volvemos más intolerantes ante ciertas cosas. Consideramos que ya hemos soportado demasiado en el lapso que llevamos de vida y es por ello que no nos bancamos la estupidez, la mediocridad, y la falta de sentido común (entre otras cosas).
Asimismo, muchas veces sentimos que estamos luchando contra molinos de viento. Pasan las generaciones, y el país sigue siempre igual. Cuando somos jóvenes, todos tenemos ese entusiasmo de aportar algo para que las cosas mejoren, de distintas maneras. Puede ser militando en un partido político, en una ONG, colaborando con alguna donación, ayudando a los comedores de niños carenciados. Pero resulta que nada parece suficiente, nada parece alcanzar: como dije antes, pasan los años y seguimos estancados. Y esto no lo sostengo en alusión al kirchnerismo, sino a un mal endémico que los argentinos tenemos desde mucho tiempo antes. Y es que no creemos en el progreso, o lo vemos siempre demasiado lejos de nuestro alcance. No se puede entender por "progreso" tener un televisor LCD gigante o el último modelo de celular: es algo mucho más profundo. Tiene que ver con cambiar nuestras concepciones, aceptar nuestras limitaciones, saber decir que no cuando algo nos resulta inaceptable. Las convicciones de la sociedad argentina son muy débiles, y para que el país crezca deben trascender. No hay recetas mágicas. Por ejemplo, todo el mundo reniega de la televisión basura, se horroriza por el morbo, pero son los programas que más rating tienen. Apenas una muestra de la hipocresía con que estamos acostumbrados a manejarnos. Me pregunto si los jóvenes del futuro tendrán la sensatez que no supimos tener nosotros. Punto final.
Blog de Lobos, ARG, desde hace 18 años en la Web.
12 de octubre de 2013
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