Desde pocos días antes de Navidad, recibí la visita de un querido amigo, a quien conozco desde la infancia: Pablo, un lobense que desde hace varios años vive en Puerto Madryn. Y como todo en la vida, las caminatas, las charlas, el café, la cerveza, las cenas, y todos los momentos compartidos, alguna vez tenían que terminar. Mi amigo partirá mañana de regreso a su ciudad adoptiva, en la inhóspita y agreste Patagonia, luego de haber estado casi 15 días visitando a sus familiares y amigos.
Realmente la pasé muy bien porque logramos dejar de lado diferencias ideológicas para abordar otras cuestiones que tienen más que ver con nosotros. Que nos hayamos vuelto a ver después de mucho tiempo hizo que el encuentro fuera aún más emotivo. De vez en cuando hablábamos por Facebook, pero no es lo mismo que el trato personal. Pablo es una de esas personas a las cuales admiro y aprecio. Podemos discutir un día y hasta rajarnos a puteadas por algún desacuerdo online, pero al día siguiente no ha pasado nada y el altercado quedó en el olvido. Hace tantos años que nos conocemos que cada uno tolera del otro aquello que le molesta un poco, de manera que puedo decir que, por este motivo, ha sido uno de los mejores comienzos de año de los que tenga memoria. Aprender a ser tolerante y aceptar la diversidad es la clave para que una amistad pueda perdurar en el tiempo. Cada uno dice lo que piensa, y esa mirada lúcida que tiene mi amigo de la realidad hace que uno se quede reflexionando aunque no esté del todo de acuerdo. En fin, ya con Pablo de regreso a Madryn, será cuestión de continuar dentro de lo posible este 2014 que tengo el presentimiento que puede ser un gran año. Punto final.
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