14 de abril de 2018

Objetos inútiles que se van acumulando en la casa


Espléndido día soleado en la ciudad. Nos merecíamos que este otoño despertara de su letargo, después de varios días de lluvia y humedad. Elegí esta "tardecita" de sábado para escribir unas líneas, en este modesto blog, porque si lo hago por la noche, seguramente voy a estar demasiado cansado y no voy a poder redactar algo digno de ser leído. Tuve una semana de mucho laburo (como la mayoría de ustedes, supongo), y hoy aproveché para organizar algunas cosas. Por ejemplo, me puse a revisar mi "videoteca" (si podemos llamarla así) y me di cuenta de que tenía varias películas sin ver. Pero también comprendí que nunca las vería, porque como dije varias veces ya no soporto estar más de 90 minutos viendo algo que no sea la final de un campeonato de fútbol. Puedo hacer una excepción con aquellos clásicos del cine mundial que no me canso de ver.  Y como además aquellas películas los compré de puro impulso, fiándome de la “crítica especializada” y resultaron ser una auténtica bazofia, la semana pasada hice "la buena acción del día" y se las regalé a un grupo de amigos y conocidos. No sé si ellos las verán, pero al menos podrán ilustrarse un poco, dado que entre los DVD en cuestión había un documental aburridísimo de la Segunda Guerra Mundial que nunca pude terminar de ver. De hecho, no creo que vaya a comprar más películas en el corto plazo, ya sean truchas u originales, porque tengo bastante material para ver todavía. Pero sigo prefiriendo ese formato antes que Netflix, tan en boga hoy en día. 

Hay objetos que caen en desuso por el propio avance de la tecnología, como los cassettes: debe haber más de 20, con entrevistas grabadas, ni sé a quién, porque no tengo ya dónde reproducirlos. Y como el costo para digitalizar esas cintas es alto, dudo que valga la pena conservarlos. Seguramente habrá un revival, como con todo, y los cassettes al cabo de un tiempo volverán a surgir como un ejercicio de nostalgia en una era donde estamos expuestos a un bombardeo cotidiano de pantallas de todo tipo. 

Con el tema de los diarios me sucede algo parecido: una vez por semana, al menos, acostumbro comprar Clarín o La Nación, pero no tengo tiempo para leer el ejemplar. Lo hojeo como puedo, mientras estoy en el baño o antes de dormir, cuando las noticias ya hay sido sepultadas por la actualidad. Es decir, han dejado de ser noticias: forman parte del arcón de los recuerdos. En fin, siempre fui un ávido lector, pero para leer un texto y comprenderlo, por simple que sea, se requiere concentración, y si tenés la cabeza en otra parte el cansancio mental se nota: Lo que menos querés hacer es agarrar un diario. La única excepción que se me ocurre, es cuando uno se sienta solo, a la mesa de un bar, a tomar un café. No sé por qué, pero leer el diario en un bar resulta más entretenido que leerlo en casa. 

Párrafo aparte, en esta etapa de mi vida estoy planteándome objetivos que estén relacionados con modificar aquellos aspectos de mi personalidad que no me gustan. Pero no lo hago buscando complacer a nadie, sino porque yo mismo los considero perjudiciales y creo que tengo recursos y herramientas como para emprender un cambio. En esa senda vamos. Nos estamos viendo pronto. Punto final. 



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