Uno no cambia de actitud cuando siente que las cosas le van bien. Por el contrario, sigue en la misma senda porque presume que está pasando por una buena racha. El cambio se produce cuando el contexto nos genera zozobra e incomodidad. Entonces comprendemos que no se puede continuar así, que hay que activar algún resorte de la mente para lograr una mejor relación con nosotros mismos y con nuestro entorno. El impulso y el pensamiento se complementan porque uno es emocional, y el otro racional. Si vamos a un shopping, por citar un ejemplo común, es probable que nos dejemos llevar por una supuesta oferta o promoción y compremos productos que vistos desde un punto de vista objetivo no constituyen una necesidad ni mucho menos.
Habrá a quienes les desvele que los demás perciban ese cambio, pero si tuviera que ser autorreferencial, diría que lo que busco es sentirme bien, modificar conductas que no son positivas. Es un camino virtuoso: En definitiva, ese proceso interno termina mejorando la relación con el resto. Cada uno sabe de sus posibilidades y del tiempo que dispone para potenciarlas, para llevarlas a un siguiente nivel. Son peldaños que uno va escalando, a veces con más dificultad que otros, pero que forman parte de un todo. Cada escalón que se va pisando es un avance pequeño hacia la concreción de una meta más ambiciosa. Es fundamental ser perseverante, tener constancia, o como suelo decir: No claudicar. Al principio los pasos que uno da están imbuidos de mucha motivación y voluntad, hasta que ese envión inicial se desvanece y hay que proseguir lo que falte para que ese objetivo no quede incompleto. Si nos dejamos ganar por el desánimo, estamos en el horno.
Cuando empezás con algo que
promete ser de envergadura, seguramente tendrás gente que te alienta a que puedan seguir progresando, pero
transcurrida esa fase primigenia estás solo otra vez. Los aplausos y las
palabras de estímulo se fueron. Sos vos el que va en busca de lo imposible. Me
refiero a lo que parece imposible para vos, ya que para otros bien puede
tratarse de un trámite más, carente de todo esfuerzo. Si alguien con obesidad
se propone iniciar una dieta, será una lucha consigo mismo, como acostumbramos
ver en los programas de televisión. Los participantes tienen un “permitido”,
que es un gusto que se dan en medio de un esquema estricto para adelgazar. El
tema es cuando los “permitidos” superan a los “debidos”. Si somos muy
indulgentes, nos otorgaremos permisos para todo, descuidando lo que sabemos que
debemos hacer. Nos estaremos engañando de un modo consciente, hasta que se
llega a un punto en que la mentira termina por contaminar el relato que hemos
construido.
El fumador que
decide terminar con el vicio y promete no tocar ni un solo cigarrillo, ya
comienza a poner a prueba su voluntad si aprovecha una determinada ocasión para
encender uno y dar unas pitadas. Y con todos los vicios es igual. El ludópata
que le juega “un numerito” a la Quiniela de vez en cuando, hasta que la
frecuencia se incrementa y vuelve a hacerlo asiduamente como al principio. Por
eso, es importante ser consciente de los límites, entender qué es lo que
podemos hacer y qué es lo que no, algo que escrito en un texto cualquiera
parece una tontería, pero que es mucho más complejo de internalizar. Si no se
puede superar un vicio, estamos jugando con la salud. Y no podemos darnos ese
lujo, siendo que es lo más preciado que tenemos. Hasta la persona que aparenta
ser la más sana y despojada de ellos puede en algún momento desarrollar una
dependencia, que requiere de un gran esfuerzo para ser superada. Los límites
que alguien se impone tienen un componente social significativo. Lo que está “bien
visto”, se naturaliza. Lo que es señalado con el dedo de un miembro de la
sociedad, se oculta bajo la alfombra. No quiere asumir sus contradicciones, viven con una profunda hipocresía. Pero ojo, no vaya a ser cosa que la pieza
se nos llene de mugre de tanto esconder cosas y que después ya sea demasiado
tarde para emprender un desapego imperioso.
Todos tenemos
algo que esconder, porque hay actos que no divulgaríamos ni al más íntimo de
nuestros afectos. Si no fuera así, no habría distinción entre lo público y lo
privado, todo lo que hacemos quedaría totalmente expuesto y no habría forma de
establecer una línea divisoria. Sería frustrante no disponer de una privacidad
genuina. Pero eso ya sería tema para otra nota. El derecho a la intimidad, que
está consagrado por la Constitución. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
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