Se baja el telón de la tarde del viernes en la ciudad, y uno advierte cómo paulatinamente las horas de luz solar se fueron esfumando para dejar su lugar a un anochecer cada vez más prematuro. Ya no siento tanta expectativa como antes respecto del fin de semana. Lo tomo como una buena oportunidad para descansar y disfrutar de alguna actividad cultural, pero en lo que respecta a mis salidas nocturnas, creo que ya van menguando a medida que uno busca otros intereses. De todas maneras, sigo yendo al Bar de La Porteña, porque es un lugar donde me siento a gusto. El día que eso no ocurra, será momento de elegir otro palenque donde rascarse. Tomar una cerveza y escuchar música en compañía de amigos es un plan sencillo pero gratificante. Todo lo demás que uno quiera imaginarse parte del encuentro, de generar un buen momento.
Y en tal sentido, debemos entender que los buenos momentos no
se construyen solos, espontáneamente. Requieren de personas te ayuden a dejar de lado, aunque
sea por un rato, la rutina de la semana para crear un clima de distensión.
A decir verdad, todo lo que nos pasó en cada etapa de la vida forma parte de un complejo entramado de personas y sucesos, que a veces preferimos olvidar. Seguramente si existiera una "píldora para el olvido", las farmacias estarían saturadas de clientes ávidos de borrar de su mente un desengaño amoroso, o bien un momento que quedó signado por el ridículo. Punto final.
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