12 de julio de 2010

El día después del Mundial

Lunes extremadamente frío en la ciudad. Todavía continúan circulando los comentarios de la final de la Copa del Mundo, de esta España que obtuvo el trofeo siendo el equipo que se coronó campeón con menor cantidad de goles convertidos. Deseaba fervientemente que ganara Holanda, en principio porque anteriormente había perdido dos finales (en Alemania '74 y en Argentina '78), y porque sinceramente no me simpatiza mucho España. Podría explicar los motivos de esa poca afinidad, pero me limitaré a decir que se mostraron arrogantes durante todo el torneo y además ya llegaron a Sudáfrica con "chapa" de favoritos. Dentro del campo de juego, fue un equipo mezquino y que mostró serias limitaciones, sobre todo en el primer partido que perdió con la modesta Suiza. Pero, nobleza obliga, fueron de menor a mayor y en la final mostraron una calidad notable. En rigor de verdad, la final fue un partido de ida y vuelta, y aunque apenas hubo un gol en tiempo suplementario, holandeses y españoles mostraron pinceladas de buen fútbol.

Nosotros (es decir, nuestra Selección) podríamos haber estado el 11 de julio disputando la batalla final por la Copa, ¿pero para qué seguir lamentándonos? Ya se ha dicho demasiado sobre los motivos que llevaron al equipo nacional a sucumbir de un modo humillante ante Alemania en cuartos de final. Lo sorprendente es que, a pesar del fracaso, el Gobierno se las arregló para obtener un rédito político importante de la mediocre performance de nuestro equipo, y quizás había en el sentir popular tantas ganas de festejar por algo que cuando el equipo volvió a Ezeiza no fue recibido a botellazos como hubiera merecido.

Quedarán para el recuerdo los periodistas deportivos "panqueques", el pulpo que vaticinaba con sorpresiva precisión los resultados de los partidos, las vuvuzelas, el frío de Sudáfrica, el gol de Tévez en offside, la sequía de Messi para convertir aunque sea un gol, y la imagen de Maradona gesticulando como un desquiciado cuando el equipo hacía agua por todos lados. Es cierto que Maradona hizo un papel más digno de lo que yo pensaba. Al menos, no cometió ningún exabrupto e intentó asumir el rol de entrenador a pesar de que todavía le falta mucho para lograrlo. Pero lamentablemente, no se puede vivir de buenas intenciones o de expresiones de deseos.

Quizás el fútbol, y el modo en que pasamos de la euforia a la angustia, sea un espejo de nuestra sociedad. Para decirlo de otro modo: hoy sos un héroe, mañana te crucifican. Así somos los argentinos, aunque nos cueste aceptarlo. No sería tan malo, si al menos no pusiéramos en un pedestal de la gloria suprema a personas que son tan inestables emocionalmente como el país mismo.


El fútbol es, sin lugar a dudas, un deporte bello y apasionante. Detrás de cada tiro al arco rival hay millones de dólares en juego, marcas de ropa deportiva que buscan desarrollar insólitas estrategias de marketing, y partidos que se parece cada vez más a un videojuego de Playstation (o viceversa).

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