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28 de marzo de 2011
Entre lo perdurable y lo efímero
Lunes por la noche en la ciudad. Tengo un sueño terrible a pesar de que apenas son las 21:30. Pero me conozco lo suficiente como para saber que me va a costar dormir. En realidad, ya lo acepto como algo natural en mí: siempre me costó conciliar el sueño, tengo que estar muy cansado para dormir profundamente. Es momento de pensar en no bajar los brazos, en seguir adelante, porque no faltará mucho para que nos bombardeen con campañas políticas, con inauguraciones de obras o de cualquier cosa, y con el Estado luciendo su rostro más benefactor. De hecho, voy a una biblioteca pública donde las cosas van de mal en peor. Está muy bien conservada y tiene ejemplares de gran valor literario, pero los libros que recibe de la CONABIP son todos con impronta kirchnerista o de pseudoizquierda, exaltando un nacionalismo (¿o chavismo?) estúpido y totalmente infantil. Por eso ahora me cansé y decidí comprar algunos libros que las bibliotecas no reciben, o no quieren comprar, por algún motivo que prefiero no pensar.
Es muy loable que los chicos sepan y comprendan cómo se vivía en la Argentina durante la última dictadura militar, pero no estaría nada mal que se les explicaran las causas y consecuencias de la Segunda Guerra Mundial, el acontecimiento histórico más importante del Siglo XX. Pregúntenle a cualquier chico dónde queda Libia, por ejemplo, o en qué continente. Lo ven todo el tiempo por la televisión, seguramente ya habrán escuchado cientos de veces el nombre de Khadafi, pero sólo tienen una vaga idea de quién es y por qué pasan las cosas. ¿Por qué ningún docente de historia o geografía se toma aunque sea 10 minutos de su clase para hablar del tema? ¿Tanto les cuesta salirse de los esquemas y de las boludeces? El periodismo no es la única fuente de información, también están los libros, la escuela, y la familia. Yo confieso que no sabía dónde quedaba Libia, pero al menos me tomé el trabajo de consultar en Wikipedia, de buscar mapas, de indagar en la realidad. Muchos adolescentes no tienen curiosidad, y sin curiosidad no hay posibilidad de conocimiento. Porque no hay algo que nos motive a saber, a aprender. En la escuela secundaria no me explicaron nunca la Primavera de Praga, el Mayo Francés, la Crisis de los Misiles. Nada de nada. Sólo se veían las antiguas civilizaciones, su esplendor, los imperios, su posterior decandencia, y por supuesto dedicaban varias clases a hablar del Coliseo o del Partenón. Demasiado lejano, aburrido e inconsistente como para que un chico promedio de 15 años pueda tener ganas de llegar a su casa y sentarse a leer, o al menos a buscar algo sobre el tema en Google.
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