11 de marzo de 2011

Perdidos en Tokio

Hoy, el tema excluyente ha sido el desastre natural ocurrido en Japón, y seguramente en los días sucesivos continuarán emitiéndose por la pantalla imágenes devastadoras. Aunque ya lo han comentado varios personas, no puedo menos que pensar en la fragilidad del ser humano, en que somos extremadamente endebles ante la furia de la naturaleza y todo el confort, la seguridad y la sofisticación que un determinado sector de la población pueda tener se van al carajo cuando arrecia un terremoto o un tsunami. Tanto los más ricos como la clase media (si es que existe algo así en Japón) fueron víctimas de una tragedia que nos va sorprendiendo a cada minuto, porque es tan inconmensurable el caos y el desconcierto, que nos cuesta tener una noción de lo que está pasando. Cuando vemos edificios pulverizados, fábricas arrasadas, y no alcanzamos a comprender cómo pudo haber ocurrido algo semejante. 

Hoy escuché en Telenoche a un periodista decir, que a pesar de las diferencias de PBI, nivel socioeconómico, calidad de vida, y expectativa de vida, lo que sucedió en Japón nos recuerda inevitablemente a lo ocurrido en Haití, con 250.000 muertos. Japón, uno de los países más desarrollados del mundo, integrante del selecto G-8. Haití, el país más pobre del continente americano, sumido en la miseria, el feudalismo y la corrupción. Les confieso que iba a comenzar esta nota comentando un hecho más mundano, que hoy sufrí cuatro cortes de luz, en otra jornada agobiante de calor, y que estoy indignado como la mayoría de los que padecimos este percance. Si se me quema un electrodoméstico, nadie se hará cargo, y si los delincuentes irrumpen en mi casa amparados en la oscuridad, tampoco. Pero debo decir que lo que sucedió en Japón me supera, porque nunca había visto algo así, y nunca pensé que pudiera ocurrir algo de esta magnitud. No sé si estamos cerca del fin del mundo, o qué (las teorías al respecto son innumerables), pero no quisiera estar aquí cuando se produzca la hecatombe.

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