Pensé que no estaba permitido fumar, por eso no había llevado cigarrillos, pero cuando nos sentamos a la mesa vi que mucha gente empezó a fumar sin siquiera preguntar a los organizadores cómo era la cuestión. Para no manguear cigarrillos a mis amigos, salí a buscar un kiosco, para ese entonces eran las 11 de la noche, recorrí más de 10 cuadras sobre la AV. Yrigoyen y no pude encontrar uno solo abierto. Finalmente llegué casi hasta el Cruce de Yrigoyen y Arévalo y compré un atado de Philip Morris de 10. Pero resulta que el impresentable que atendía el local no tenía encendedores, de manera que tuve que seguir caminando hasta el Barrio FONAVI para comprar un encendedor a $ 1,50. Me dirán que es una locura haber hecho semejante trayecto para fumar un pucho, pero ya que había salido del boliche, no iba a volver sin conseguir lo que estaba buscando.
El catering consistía en su mayoría en snacks, o comida para comer con la mano, lo cual me parece muy acertado porque usar cubiertos para ciertos platos a menudo se vuelve engorroso, pese a que en una reunión social uno tiene que cuidar las formas y no puede comer como lo hace en su casa. Como todo en la vida, llegó un momento en que me harté, de la secuencia comida-baile-comida, entonces alrededor de las 3 AM me fui del modo más desapercibido que pude. Me gasté 10 pesos en un remís, llegué a casa, me despojé rápidamente del saco, el pantalón, las medias y los zapatos, y me acosté a dormir. Punto final. Si me acuerdo de algún detalle que valga la pena mencionar, lo haré en el próximo post. Hasta entonces!!!
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