22 de enero de 2012

Qué noche de casamiento!


El viernes último (20 de enero) me invitaron a un casamiento, dos cosas que no suceden a menudo. Ni que me inviten, ni que la gente se case. Debo decir que no estaba muy convencido de ir, pero como los novios tuvieron la deferencia de tenerme en cuenta sentí que no podía negarme. Además, de no haber ido me hubiera quedado tirado en la cama escuchando música. A lo que me refiero es que no tenía ningún Plan B, ese caluroso viernes no tenía algo mejor para ofrecerme. Como es habitual, cerca del mediodía todos los invitados fuimos al Registro Civil, donde se formalizó el matrimonio. Por la noche, hubo que ir a la Iglesia, ya con otra vestimenta más acorde, pero la ceremonia no resultó demasiado tediosa. Me da la sensación que, excepto por los familiares y por los propios cónyuges, a nadie le importaba demasiado lo que estaba ocurriendo, y todos estaban esperando que terminara lo antes posible para concurrir a la fiesta, que es donde realmente todos se relajan y distienden un poco, incluidos los recién casados.

La fiesta en cuestión tuvo lugar en un boliche de la Av. Yrigoyen, que yo detesto con todas mis fuerzas por razones que sería largo explicar. No obstante, debo reconocer que el evento fue pensado de un modo bastante ameno e informal, de manera que cada uno podía sentarse y compartir la mesa con su grupo de amigos y conocidos. Además de la comida, la barra estaba muy bien provista y había bebidas para todos los gustos. No me sentí incómodo al comienzo, y creo que mis intentos de mostrarme sociable y simpático fueron acertados. No era el momento para discutir por boludeces ni criticar a nadie, sino para conversar de temas triviales. En definitiva, los invitados son elegidos por la pareja que se casa, y muchos de los presentes no teníamos nada en común, excepto que estábamos reunidos por el mismo motivo.

(Mañana, si no surge algún imponderable, continuaré con la crónica porque tengo ganas de descansar y recuperar fuerzas).

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