Hoy quiero aprovechar esta oportunidad, para dos acciones muy sencillas: perdonar y agradecer. En principio, quiero disculparme con todas aquellas personas sobre las cuales me dejé llevar por un prejuicio que luego se demostró que no tenía nada que ver con la realidad. También lo hago extensivo a todas aquellas ocasiones en las que ofendí a alguien involuntariamente. No mencionaré a nadie en particular, el que lea esta nota quizás sepa de quiénes hablo, o se sienta identificado.
Quiero agradecer especialmente a mi familia, que ha nunca dejó de bancarme pese a que a veces ni yo mismo me soportaba: Quería ser otro. Con ellos, aprendo día a día a ser mejor persona. Y si no logro serlo, no es su culpa, desde luego. Decidí escribir este texto por darme cuenta de lo mucho que tengo, y que no todo pasa por la plata. Sin mis padres y mi hermano, todo hubiera sido más difícil. Pienso en los gestos nobles que han tenido hacia mí toda la gente de bien que fui conociendo desde que me inicié en la profesión, en las actitudes que te ayudan a mejorar. Básicamente, porque vos las vas replicando y las adoptás para mejorar tu calidad de vida. Una vida donde todo es tan efímero y fugaz, que la única opción posible es disfrutar el viaje. Y demostrarle a las personas que te rodean que valorás su presencia, que las apreciás, porque quizás se vayan antes que vos de este mundo y no puedas decirle todo aquello que te hacía reír, o esos secretos que sólo quedan reservados a la estrecha intimidad. Gracias a todos, y a seguirla remando. Punto final.