No nos criaron para vivir en el reino de lo imprevisible, fuimos aprendiendo cómo venía la mano cuando empezamos a laburar y vimos que con la guita que ganamos tenemos que tirar todo el mes como sea, y si no se llega con la plata necesaria habrá que ajustar hasta el último centavo para conseguir ese cometido. Hay varias personas que, como yo, todavía no podemos alquilar e independizarnos plenamente, porque no nos dan los números. Y es frustrante, claro que sí. Nuestros padres, a esa edad (30-40) ya tenían la vida resuelta, como suele decirse. Nosotros no, porque nos tocó transitar otro contexto, otro modelo de país que no alienta el desarrollo social. Los sindicatos negocian con el gobierno la suerte de millones de afiliados entre gallos y medianoche.
Me cansé de discutir con la gente por boludeces. No importa
quién tenga la razón, se trata de una actividad a todas luces desgastante, en la
cual los sujetos pierden horas que podrían dedicar a acercar las posiciones que
parecen irreconciliables. Hay que partir de las coincidencias para luego hacer foco en las diferencias, y no al revés. Pocas son la veces en que alguien reconozca: "Tenés
razón" ante un debate. Por lo general, cuando se encuentran ante
argumentos irrefutables, buscan instalar dentro de la conversación un tema
relacionado y que genere una nueva chance de reanudar la disputa. Es así como
se separan parejas, se pierden amistades de años, los vecinos no se saludan y
los familiares dejan de reunirse para al almuerzo del domingo. A veces prefiero
callar para evitar una polémica que no conduce a ningún lado y que a nadie le
importa.
Todo esto, reitero, sucede porque la gente evita por todos
los medios decir "perdón", por conceder en el otro cierta dosis de
verdad. Suponen que ser testarudos y creer que humillar a alguien con lengua filosa los hace más fuertes. Satisfacer el ego, parece ser la premisa. Y a
falta de medios más útiles para lograrlo, la gente discute, busca sacar ventaja
como sea, ofende, molesta y agrede. Punto final.