Me gustaría pensar en una sociedad donde no se pierda lo más
valioso que tenemos, que es el contacto personal. El hecho de no estar de
acuerdo con el otro sin por ello considerarlo un enemigo. Que no haya grietas
ni discusiones estériles, que los jóvenes se involucren en política con el
deseo de cambiar esta realidad vergonzante y no de enriquecerse. Claro está que
se trata de un planteo bastante utópico. Pero paulatinamente se van a ir dando
determinados procesos que, incluso, nos tendrán como simples espectadores, no
podremos hacer nada para impedir que esas cosas sucedan. Habrá países que
alcanzarán el estatus de potencia mundial, y otros que se quedarán en el camino
de haber sido prósperos alguna vez.
Con algo de viento de cola y mucha garra, este puede ser tu año. "Empezar de nuevo" suele ser una fantasía recurrente, en algún momento de la vida, que sobreviene en la mayoría de nosotros cuando menos lo esperamos. Dejar sepultado un pasado que nos condiciona, que nos limita socialmente, que nos ha "encorsetado" en un estereotipo del cual se nos hace cada vez más difícil salir. Las grandes ciudades, es decir, las urbes más densamente pobladas, nos ofrecen la oportunidad de permanecer como seres anónimos por un tiempo indefinido, hasta que llegue el momento en que nos debamos darnos a conocer antes un puñado de almas, otrora tan anónimas como el recién llegado.
Con algo de viento de cola y mucha garra, este puede ser tu año. "Empezar de nuevo" suele ser una fantasía recurrente, en algún momento de la vida, que sobreviene en la mayoría de nosotros cuando menos lo esperamos. Dejar sepultado un pasado que nos condiciona, que nos limita socialmente, que nos ha "encorsetado" en un estereotipo del cual se nos hace cada vez más difícil salir. Las grandes ciudades, es decir, las urbes más densamente pobladas, nos ofrecen la oportunidad de permanecer como seres anónimos por un tiempo indefinido, hasta que llegue el momento en que nos debamos darnos a conocer antes un puñado de almas, otrora tan anónimas como el recién llegado.
Es muy duro tener que expiar eternamente los errores o
desaciertos del pasado, en una comunidad en la cual la gente no es sólo
"gente": son rótulos con entidad humana. Así pues, tenemos al
homosexual, al "loquito" (o todo aquel individuo que se presume que
tiene sus facultades mentales alteradas), al chanta, al estafador, al delincuente, a
la prostituta, al adicto (más conocido peyorativamente como "falopero"), y la lista sigue....
¿Qué posibilidad de redención cabe para estas personas, que sin
fundamentos válidos han sido estigmatizadas por el resto de los que se creen "normales"?
Desde luego, lo expuesto anteriormente no es privativo de
Lobos, sino de cualquier ciudad de pequeñas dimensiones, pero no por ello deja
de ser un hecho objetable desde todo punto de vista. Más aún cuando, muchas
veces, aquella persona que se nos antojaba soez o desagradable -incluso no por
haber presenciado en ella actitudes que denoten tales rasgos, sino por un
comentario que alguien nos hizo al pasar- nos da una sorpresa, y nos demuestra
lo equivocados que estuvimos en haber asumido un juicio crítico "a
priori" sobre su calidad humana.
Los gestos de grandeza, de hombría de bien, de hidalguía,
muchas veces provienen de conciudadanos en los cuales no reparamos, sino que
por el contrario, nos complace ignorarlos o bien mofarnos de sus miserias. Y
obramos de ese modo, entre otras razones, porque pesa sobre estos seres
"etiquetables" un preconcepto que nos impide -una vez que esa
preconcepto se ha hecho carne en nosotros- discernir entre lo que fue un mero
hecho desafortunado y lo que constituye la verdadera
esencia de dicha persona.
Las equivocaciones, los papelones, los comentarios fuera de
lugar, incluso los agravios, muchas veces nos condenan al más insondable de los
abismos, precisamente porque no cabe en este pueblo la posibilidad de
redimirse. Si le diéramos a cada persona la posibilidad de explicar por qué
actuó de tal o cual modo, en lugar de crucificarla alegremente, otra sería la
historia. Pienso que primero hay que indagar en las razones que motivaron que
alguien actúe como lo hizo, y luego -si es pertinente hacerlo- emitir un juicio
al respecto.
No pretendo con esto hacer una apología de la tolerancia, de
la convivencia civilizada y del respeto mutuo, porque precisamente no considero que
yo sea la persona más indicada para hacerlo, pero al menos tengo la lucidez
suficiente para darme cuenta de que este modo de pensar no nos conduce a
ninguna parte. Punto final.