3 de septiembre de 2019

Te quedan 4 meses para que 2019 sea "tu año"

Nuestros hijos, sobrinos, y nietos, seguramente deberán afrontar problemas que nosotros nunca vivimos. Aunque las necesidades básicas de alimentos y vivienda trascienden las generaciones, hay otras que fueron surgiendo en la era digital y que son propias de la sociedad de consumo. En 1980, muchos argentinos ansiaban tener un televisor a color, y hoy todos tenemos uno, es el aparato más común en una familia promedio. La irrupción del celular nos creó una nueva necesidad, porque tiene varias prestaciones que se supone que nos ayudan a comunicarnos más, cosa que dudo. Las facturas en papel están en vías de extinción, y la mayoría de los trámites deben hacerse por Internet. Dar de baja un servicio es una odisea, porque tenés que lidiar con gente que habla como simios y van a hacer todo lo posible para tenerte como un cliente cautivo. El correo postal se limita a los resúmenes de las tarjetas de crédito, o a intimaciones de deudas que ni siquiera recordás haber contraído.


Me gustaría pensar en una sociedad donde no se pierda lo más valioso que tenemos, que es el contacto personal. El hecho de no estar de acuerdo con el otro sin por ello considerarlo un enemigo. Que no haya grietas ni discusiones estériles, que los jóvenes se involucren en política con el deseo de cambiar esta realidad vergonzante y no de enriquecerse. Claro está que se trata de un planteo bastante utópico. Pero paulatinamente se van a ir dando determinados procesos que, incluso, nos tendrán como simples espectadores, no podremos hacer nada para impedir que esas cosas sucedan. Habrá países que alcanzarán el estatus de potencia mundial, y otros que se quedarán en el camino de haber sido prósperos alguna vez.


Con algo de viento de cola y mucha garra, este puede ser tu año. "Empezar de nuevo" suele ser una fantasía recurrente, en algún momento de la vida, que sobreviene en la mayoría de nosotros cuando menos lo esperamos. Dejar sepultado un pasado que nos condiciona, que nos limita socialmente, que nos ha "encorsetado" en un estereotipo del cual se nos hace cada vez más difícil salir. Las grandes ciudades, es decir, las urbes más densamente pobladas, nos ofrecen la oportunidad de permanecer como seres anónimos por un tiempo indefinido, hasta que llegue el momento en que nos debamos darnos a conocer antes un puñado de almas, otrora tan anónimas como el recién llegado.
Es muy duro tener que expiar eternamente los errores o desaciertos del pasado, en una comunidad en la cual la gente no es sólo "gente": son rótulos con entidad humana. Así pues, tenemos al homosexual, al "loquito" (o todo aquel individuo que se presume que tiene sus facultades mentales alteradas), al chanta, al estafador, al delincuente, a la prostituta, al adicto (más conocido peyorativamente como "falopero"), y la lista sigue....

¿Qué posibilidad de redención cabe para estas personas, que sin fundamentos válidos han sido estigmatizadas por el resto de los que se creen "normales"?
Desde luego, lo expuesto anteriormente no es privativo de Lobos, sino de cualquier ciudad de pequeñas dimensiones, pero no por ello deja de ser un hecho objetable desde todo punto de vista. Más aún cuando, muchas veces, aquella persona que se nos antojaba soez o desagradable -incluso no por haber presenciado en ella actitudes que denoten tales rasgos, sino por un comentario que alguien nos hizo al pasar- nos da una sorpresa, y nos demuestra lo equivocados que estuvimos en haber asumido un juicio crítico "a priori" sobre su calidad humana.
Los gestos de grandeza, de hombría de bien, de hidalguía, muchas veces provienen de conciudadanos en los cuales no reparamos, sino que por el contrario, nos complace ignorarlos o bien mofarnos de sus miserias. Y obramos de ese modo, entre otras razones, porque pesa sobre estos seres "etiquetables" un preconcepto que nos impide -una vez que esa preconcepto se ha hecho carne en nosotros- discernir entre lo que fue un mero hecho desafortunado y lo que constituye la verdadera esencia de dicha persona.
Las equivocaciones, los papelones, los comentarios fuera de lugar, incluso los agravios, muchas veces nos condenan al más insondable de los abismos, precisamente porque no cabe en este pueblo la posibilidad de redimirse. Si le diéramos a cada persona la posibilidad de explicar por qué actuó de tal o cual modo, en lugar de crucificarla alegremente, otra sería la historia. Pienso que primero hay que indagar en las razones que motivaron que alguien actúe como lo hizo, y luego -si es pertinente hacerlo- emitir un juicio al respecto.
No pretendo con esto hacer una apología de la tolerancia, de la convivencia civilizada y del respeto mutuo, porque precisamente no considero que yo sea la persona más indicada para hacerlo, pero al menos tengo la lucidez suficiente para darme cuenta de que este modo de pensar no nos conduce a ninguna parte. Punto final.

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