Me cuesta mucho poner en palabras lo que este año ha representado para mí. No hay adjetivos que alcancen, por más vueltas que uno intente darle al asunto. Es obvio que nadie estaba preparado para esto, es un fenómeno único que en un futuro los sociólogos se encargarán de analizar con mayor propiedad. Vivenciar lo que nos pasa "en caliente", no da resultados útiles. Cuando transcurra un tiempo se verán las secuelas, aunque algunas ya son evidentes.
Puedo sentirme afortunado de que no ha fallecido ningún amigo o familiar cercano, ni tengo a una persona en un geriátrico. Pienso que no lo hubiera podido soportar. Pero, en realidad, quienes sí pasaron por ese trance tampoco pensaban en poder soportarlo. El dolor es único e intransferible. Al igual que el sufrimiento o la tristeza. No todos sufren por lo mismo, ni con la misma magnitud. Lo que ha ocurrido, es que ante una pandemia y una crisis global, se potencian los sentimientos. Se mezclan, se confunden entre sí. La vida cobra otro significado ante la fragilidad. Dejaron de importarnos ciertas cosas. Hubo amigos que no aparecieron más porque nunca nos llamaron ni lo harán. El sexo se reinventó a la vieja usanza. Hasta no hace mucho, todos los días parecían un letargo, era yendo de la cama al living, porque mucha gente durante el confinamiento no se preocupaba por cambiarse de ropa o por lucir bien. El espejo nos devolvía la imagen de un rostro ojeroso y desaliñado, algo que poco nos importaba. Estando en casa, supuestamente, no teníamos nada que perder, pero tampoco mucho por ganar. Comenzamos a fumar más, y padecimos cuando en abril los atados empezaron a faltar en los kioscos. Comimos en exceso aunque no tuviéramos hambre. Sentimos miedo sin saber a qué. No había iglesias, bibliotecas, colegios, bares, canchas de fútbol, gimnasios, nada. Sin embargo sobrevivimos, no sé cómo porque es una experiencia totalmente nueva para mí y para todos.
Trato de no
quedarme quieto, si bien en esta coyuntura, hoy más que nunca, hay factores que
condicionan (y postergan) los proyectos personales de cada uno. El último año malo que tuve fue 2012, por motivos que sería largo enumerar. Pasaron ocho primaveras hasta llegar a 2020. Miren, yo no puedo decir
si este espacio, este blog, ha evolucionado o no: se ha ido adaptando a quien
soy yo hoy. Como periodista, siempre tuve el deseo de tratar de entender la
realidad. Como ustedes saben, yo no milito en ningún partido político, y en
consecuencia mis opiniones son las de un ciudadano más que ejerce su derecho a
la libertad de expresión. Ojalá en el futuro florezcan nuevos blogs o páginas
en Lobos donde todos nos animemos a decir lo que pensamos, sin tapujos. Dejemos
de lado la boludez y el chicaneo constante de Facebook y Twitter para esbozar
un texto con argumentos, con fundamentos, que podrá ser objeto de debate o no,
pero que define nuestra posición sobre los asuntos que nos preocupan. Y otro
aspecto importante: defender nuestra opinión, no significa de la que los otros
no merezca ser escuchada y atendida. Nos estamos viendo pronto. Punto final.
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