Jueves por la tarde en Lobos. Primer día de julio, soleado y más cálido que sus antecesores. De vez en cuando hago zapping y encuentro muy poco para ver en televisión, al menos algo que valga la pena. Ahora estoy siguiendo algunos partidos de la Copa América, pero no mucho más. Los canales de aire son muy berretas, con los habituales personajes “mediáticos” que exhiben rostros sospechosamente rejuvenecidos por las cirugías estéticas y el botox. En la TV actual, abundan las sonrisas, los comentarios más disparatados y carentes de sutileza, y el morbo elevado a la máxima potencia.
Todo esto, claro está, no apareció de un día para el otro, pero como uno vive el día a día, rara vez se detiene a reflexionar en que no hay la menor intención de invertir guita para brindar algo mejor del otro lado de la pantalla. No me refiero solamente a programas considerados "culturales", porque debo reconocer mí también me gusta reírme de boludeces o engancharme viendo un videoclip, necesito distensión como cualquiera de ustedes. Por lo tanto, no es mi interés asumir una actitud moralista, porque no tiene nada que ver con la calidad de un producto periodístico.
En esta Argentina siglo XXI que no deja de sorprendernos, hay gente que vive sin electricidad, luz, gas, agua potable… y obviamente sin Internet (que en un contexto de pandemia sin lugar a dudas es un servicio esencial). No hay que alejarse demasiado de Buenos Aires para comprobarlo. Los porteños destestan el Conurbano, se lo imaginan como un territorio empobrecido, maloliente, y sin glamour, salvo por la Zona Norte, que como tiene vista al Río es un destino que suelen concurrir.
La pregunta que uno suele hacerse, y que surge naturalmente cuando somos testigos directos de estos casos de extrema indigencia y precariedad, es: "¿Qué puedo hacer?" Probablemente, muy poco, excepto sentirnos culpables por tener todas las cosas de las cuales estas almas carecen. Es así, y ya no sirve para nada hacerse planteos del estilo "de qué me quejo". No hay inclusión de ninguna naturaleza, la gente sigue sin acceso a los servicios mínimos que le garanticen bienestar y calidad de vida. Y si consiguen alguna ayuda del Estado, para el resto de la sociedad son "vagos y planeros". Podemos discutir largo y tendido la manera o modalidad de hacerlo, pero la asistencia del Estado tiene que existir siempre.
Y yo estoy acá, con cuatro paredes y un techo, haciendo filosofía barata en la Web, mientras hay gente que la pasa realmente mal, durmiendo en la calle, abrigándose con cartones o con mantas viejas y corroídas por la intemperie. Y cuando llega el verano, ven pasar a quienes se van de vacaciones a la Costa, o a los que simplemente tienen la posibilidad de mojarse un poco las patas en una pileta pública. Ellos, los que están fuera del sistema porque muchas veces son estigmatizados, padecen el sol calcinante, los mosquitos, los días interminables, y esas horas que parecen ser eternas. Nunca fui una persona de grandes gestos solidarios (y cuando los tengo, no los hago públicos), pero sí cuento con el criterio suficiente para darme cuenta de que alguien debería hacer algo para que estas personas tengan sus necesidades básicas satisfechas, una aspiración bastante utópica. Usurpaciones y asentamientos precarios, claramente no son la solución.
Retomando lo que decía sobre los medios, entran a jugar otros factores: la televisión analizada como entretenimiento de las masas. La búsqueda de seducir al televidente con recursos cuestionables y golpes bajos. La falta de oportunidades que tenemos para ejercer un pensamiento crítico, para no dejarnos engañar por las luces de colores. Tenés La Nación +, y C5N, que son polos opuestos. Pueden abordar la misma información, pero el tratamiento que hacen de ella es distinto. Las polarización y los extremos ideológicos nunca han dado buen resultado, pero eso es lo que hay, si comparás la línea editorial desde estas dos señales de noticias.
Uno puede razonar, y pensar: “yo
sé que esto es una cagada, pero me gusta verlo por tal o cual motivo”, porque
todos tenemos algo de chusma hacia los ricos y famosos que nunca llegaremos a ser.
Ahora, cuando realmente creemos que algo tiene valor, o le conferimos atributos
de los cuales carece, estamos en problemas. Si recordamos que Ricardo Fort estuvo
largo tiempo llenando las páginas de diarios y revistas, y que ahora pasa lo
mismo con otros tipos sin que reúnan mérito alguno, algo no funciona bien. Y si
convertimos a la humillación y al maltrato que se observa a diario por TV en
una conversación de peluquería, ya pasamos a ser cómplices de la mediocridad. Punto
final.
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