Primeras horas del miércoles en la ciudad. Había comenzado a escribir este texto ayer por la noche, pero tenía varios errores de tipeo porque el cursor del Word se disparaba para cualquier lado, parecía epiléptico, así que decidí empezar, casi, de cero.
Este mes he actualizado el blog esporádicamente, bastante lejos de la frecuencia habitual. La mayoría de las veces que me surge una idea que parece interesante, eso acontece ya estoy acostado en la cama, con lo cual levantarse, encender la compu, y darle forma a una nota, no es el mejor plan. Pero desde que empecé a usar una notebook, hacer varios años, cuando tenés ganas se vuelve más fácil. Es un rato que dedico para mí y para nadie más. El resto del día se vive demasiado "intoxicado" por la pantalla de los canales de noticias, y a veces uno cede a la tentación de hacer algún comentario sobre un hecho puntual. Por citar un caso, seguir buscando una razón valedera por la cual Kicillof no le pega una patada en el culo a Berni, el Ministro de Seguridad más inoperante que hemos tenido y autor de exabruptos tan desquiciados que ya son de antología, pero considero que ya está todo dicho. ¿Qué puedo aporta yo de novedoso, si está a la vista de todos? Hay repudios tan unánimes que no vale la pena ser redundante. Es una cuestión de sentido común.
No quiero vivir
exigiéndome en base a lo hipotético. Y seguramente muchos de ustedes se
sentirán identificados, porque el hecho de vivir conjeturando cosas se vuelve
una compulsión difícil de manejar. Puede ser un ejercicio de ordenamiento
mental, del mismo modo que puede hacernos sufrir. No está de más recordar que
el dolor suele tornarse inevitable, pero el sufrimiento no. Sobre todo cuando
uno imagina los peores presagios. Después de todo, quienes nos gobiernan no son
tan culpables de nuestras miserias. Son los representantes que la mayoría votó
en elecciones libres. Hay algo en nosotros que hace que tropecemos dos veces
con la misma piedra, con una torpeza admirable.
Muchas veces, se
vuelve desgastante "pensar en el futuro": en el futuro nuestro, del
país, de nuestros hijos (si es que los tienen), o de la cotización de dólar. Esto último es importante no porque estamos interesados en comprarlos, sino porque para los industriales toda excusa que permita aumentar los precios es bienvenida. Lo único que tenemos para aferrarnos es el momento
presente, lo que estamos viviendo, y por lo tanto aventurarse a lo que vendrá
no aporta demasiado. Es casi imposible, porque por citar un caso, ahora, mi
presente es concentrarme en esta nota que estoy escribiendo y en no decir ninguna
gansada. Lo que sí podemos hacer es tomar conciencia de que, más allá del gasto
público del que nadie conoce su obsceno rostro de su magnitud, ya es casi una proeza
administrar nuestra doméstica para llegar lo mejor posible a fin de mes. Eso de
algún modo también es pensar en el futuro, pero desde un lugar diferente: no ya
desde lo que pueda o no suceder, sino previendo que la guita no nos va a alcanzar
si nos gastamos casi todo lo que ganamos en los primeros 15 días.
A nivel macro, cuanto
menos expectativas tengamos sobre "lo que vendrá", mejor nos vamos a
sentir si -llegado el momento- si alienan los planetas y las cosas nos salen
bien. Contrariamente a lo que la gente cree, tener aspiraciones modestas no es
de mediocres, es de personas equilibradas que realmente piensan en sus
posibilidades concretas y no construyen "castillos en el aire".
Reitero: No
quiero vivir exigiéndome en base a lo hipotético, o a lo que “podría ser”. No me caben dudas de que -seguramente- buena parte de ustedes se sentirán identificados,
porque el hecho de pasar demasiado el cuaderno del tiempo conjeturando cosas se convierte en un impulso difícil
de autoreprimir. Puede ser un ejercicio de ordenamiento mental, y a su vez puede hacernos sufrir. No está de más recordar que el dolor suele tornarse
inevitable, pero el sufrimiento no.
Estaba pensando
en los recuerdos que cada uno de nosotros tenemos, difusos o quizá ya más
instalados en la memoria, del año 2002. Cuando Eduardo Duhalde, siendo
candidato a Presidente en 1999, propuso "cambiar el modelo", la clase
media argentina se horrorizó. Y es natural, porque estábamos endeudados hasta
las b... en dólares, pagando cuotas para un auto, una heladera o un televisor.
O bien pagando un crédito. Fue entonces que, garantizando que se mantendría el
"1 a 1", ganó De la Rúa dichos comicios. El resto es historia
conocida. Y por esas parábolas de la historia, Duhalde logró su cometido de ser
Presidente, no por el voto popular, sino por la Asamblea Legislativa, ya que
habían pasado cuatro tipos por la Casa Rosada antes que él, los cuales ni
siquiera alcanzaron a pisar la alfombra porque huyeron como ratas. Nadie quería
agarrar ese "fierro caliente". El Primer Mundo, al que con tanto orgullo
decíamos pertenecer, nos expulsó del Edén casi de inmediato.
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